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15. El incendio

Era un día de verano y hacía mucho calor para jugar en el parque así que Susanski y sus amigos fueron a ver la tele en su casa. Tenían todo preparado cuando Spooky llegó y con cara muy compungida, les dijo:

—Se ha producido un incendio cerca de la biblioteca de los Osconanos y si no lo apagamos, perderemos todos los libros y los personajes no tendrán donde quedarse.

—¡Eso no puede ser! —exclamó Susanski preocupada.

—Hasta han venido los bomberos de los volcanes de erupciones sincopadas a ayudarnos. Lo apagamos todos los días, pero por las noches, el incendio vuelve a encenderse.

Susanski, Peri, Coqui y Rocío fueron con Spooky hasta la biblioteca donde Virginia trataba de ordenar los libros lo más lejos del fuego. No quería que se perdiera ninguna de las obras. Sin ellas, no volverían a ver a los personajes que en ellos habitaban.

—Hola, chicos. Habéis venido en un mal momento —dijo con mucha preocupación.

—Lo sabemos, Virginia. Spooky nos lo ha contado —dijo Susanski.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Coqui.

—¿Podemos ayudarte? —preguntó Peri.

Virginia les explicó que estaban moviendo los libros a las áreas más alejadas del cementerio.

—¿Cementerio? —preguntó Rocío—. Pensaba que el fuego se propagaba por los bosques.

—Y así suele ser —dijo Virginia—, pero en este caso es a través del cementerio gris.

—¿Por qué se llama así? ¿Por las lápidas? —preguntó Coqui.

—No, figura —intervino Joey— es porque los Osconanos que se quedan sin sueños por los que luchar, se vuelven grises y se van al cementerio a esperar.

—¿Y qué es lo que esperan? —preguntó Rocío

—Nadie lo sabe muy bien pero ahora más que un cementerio parece una reunión de vecinos —concluyó Joey.

—Entonces si haya tanta gente, ¿por qué no les preguntamos si han visto cómo se producen el fuego? —sugirió Susanski.

A todos les pareció una idea muy buena, aunque Rocío tenía sus reservas acerca del cementerio. —Puede dar miedo —dijo por fin.

—¿Como va a dar miedo? —preguntó Susanski.

—A lo mejor vemos un esqueleto ¡o algo peor!

—Rocío, con toda la gente que hay, ¿crees que nos va a dar miedo? —preguntó Susanski.

—Algunas reuniones de vecinos pueden ser aterradoras —dijo Joey.

—Joey, con esos comentarios, no ayudas —Susanski le sacó la lengua y se echaron a reír.

Los niños y el Osconano se marcharon al cementerio. Era muy grande y estaba muy bien organizado. Por filas y columnas. Todo el mundo tenía un número de fila y columna en el que debían presentarse a medianoche para el recuento. Kar, el vigilante, era un cíclope. Es decir, solo tenía un ojo en medio de la frente.

—¿Por qué tenéis un cíclope de vigilante? Con un ojo no verá mucho —susurró Rocío,

—Eso pensaba yo también pero no te vayas a creer, es un lince para el recuento. El año pasado la señora O’Connor se equivocó de pasillo y fila, y se pasó dos noches perdida hasta que Kar la divisó a la legua —dijo Joey.

—Hola, niños. ¿No sois un poco pequeños para no tener sueños?

—Hola, Kar, no venimos a quedarnos solo queremos preguntarte si sabe qué o quién produce estos incendios —preguntó Susanski.

—¡Claro que lo sé! Se trata de unos dragones que vienen al anochecer.

—¿Por qué no les has dicho nada? —volvió a preguntar Susanski.

—Porque a las ocho de la tarde es cuando tengo el registro de los nuevos y no puedo saltármelo. ¡Sería el caos!

—Entonces tendremos que ir nosotros.

Susanski le pidió indicaciones al cíclope adicto a la burocracia. Kar, un poco preocupado por dejar a unos niños vagando por el cementerio, les preparó un mapa.

—Este mapa no es muy real ¿no? —dijo Coqui.

—¿Por qué lo dices? —Kar se ofendió con el comentario del niño.

—Porque en este lugar has puesto “abismo peludo”, en esta esquina “lapida carnívora” y aquí montañas infinitas.

—Todo ello no solo es cierto, sino que también es exacto.

Susanski se encogió de hombros y con el mapa de Kar fueron en busca de los dragones. Rocío la cogió de la mano mientras decía:

—¿Y si son peligrosos?

—No te preocupes, si lo son, nos esconderemos.

Al llegar al lugar que Kar les había señalado con una equis roja no vieron a nadie. Ni dragones, ni osos, ni nada.

—A lo mejor no vienen hoy —dijo Rocío.

—No, es que creo que hemos llegado pronto.

No terminó la frase cuando oyeron un batir de alas sobre sus cabezas. Eran los dragones. No eran como los de papel del estanque, ni como Slayer, el dragón enano. No, estos eran inmensos. Majestuosos.

—Dejad sitio que vamos a aterrizar —gritó uno desde lo alto.

Los niños y el Osconano se apartaron para que pudieran hacerlo. Una vez con las patas en el suelo, vieron que eran enormes, de colores muy brillantes y que olían a mar.

—Hola, me llamo Susanski y quiero haceros una pregunta.

Los dragones miraron a la niña con curiosidad. Era la primera vez que alguien del cementerio se acercaba a ellos.

—¿Qué quieres saber?

—¿Por qué estáis causando estos incendios? Vais a quemar la biblioteca.

Los dragones se miraron entre sí. Estaban un poco sorprendidos. No sabían de qué les estaban hablando.

—No hemos quemado nada. Solo hacíamos prácticas en este cementerio que al ser todo de piedra, no podemos quemar nada.

—No es así, al parecer vuestras llamas se extienden y llegan a la biblioteca. ¡Mirad! Es ese edificio de ahí.

—Vaya… Lo sentimos mucho. No era nuestra intención —dijo el más grande de todos—. Nos iremos al desierto de los ogros de secano que ahí no creo que quememos nada.

—Muchas gracias, dragones —dijo Susanski.

Los dragones levantaron el vuelo y los niños se quedaron viéndolos volar en el cielo hasta que se alejaron tanto que se fundieron con el cielo.

—Joey, ya puedes decir a todos que no va a haber más fuego —dijo Susanski.

—Muchas gracias, chiqui, pensaba que acabaríamos como el rosario de la aurora.

Los niños volvieron a casa atravesando el cementerio y Kar al verlos pasar les grito:

—Muy bien hecho, niños, ahora podré pasar lista sin que se me quede ninguno atrás.

Susanski y sus amigos le dijeron adiós y volvieron a casa justo a tiempo para comer palomitas y ver una película en la tele. Aún hacía mucho calor para salir a la calle casi tanto como si hubiera dragones haciendo prácticas en la calle.


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