16. El cumpleaños
Una tarde, al llegar del colegio, Susanski recibió una carta. No era de su tía, de hecho, no era una carta sino una invitación. Virginia, la bibliotecaria Osconana, invitaba a Susanski y a sus amigos a una fiesta inusual. Era el centésimo cumpleaños de la Brujita del Frío. Era la primera vez que su edad contenía centenas y estaba orgullosísima. Quería celebrarlo por todo lo alto. Susanski, al leerlo corrió a decírselo a sus amigos. Coqui y Peri porque por supuesto, ellos tenían que ir. También estaban invitados.
—¿Qué podemos regalar a una bruja que cumple cien años? —preguntó Coqui.
—No tengo ni idea —admitió Susanski— pero Spooky seguro que nos da alguna idea.
El monstruo de armario tenía la misma pregunta en la cabeza y no sabía qué podía gustarle a una bruja centenaria.
—Entonces tendremos que preguntarle a Virginia —decidió Susanski.
En ese momento, la mamá de Susanski llegó a la habitación acompañada de Rocío y Nerea.
—Hola, chicas, tenemos una misión —dijo Peri.
—Tenemos que ir a la biblioteca de los Osconanos en busca de información —añadió Spooky.
Las niñas encantadas con la idea de viajar en armario otra vez se unieron a Susanski y a los demás. Se colocaron detrás de la niña y con una percha en la cabeza, llegaron a la biblioteca.
—Hola, chicos —saludó Virginia—. Supongo que habréis recibido mi invitación.
—Sí, por eso hemos venido —dijo Spooky.
Rocío y Nerea miraban la biblioteca con los ojos muy abiertos. Había libros por todas partes, en las estanterías, por el techo, haciendo columnas y arcos. ¡Hasta la ventanilla estaba hecha con libros! No podían creer que fueran a ir al cumpleaños de una bruja y mucho menos que esta cumpliera cien años.
—Joey y yo estábamos pensándolo ahora mismo. Para ser una bruja, cien años es una chiquilla —dijo Virginia.
—¿En serio? —corearon los niños. Cien les parecía un número muy alto.
—Por supuesto —intervino Joey—. Las brujas viven miles de años y la Brujita del Frio acaba de empezar en el oficio.
—Aunque tenemos que admitir que tampoco sabemos qué podemos regalarle —dijo Virginia.
—Seguro que hay alguien que sepa qué le gusta —dijo Susanski decidida a encontrar el regalo perfecto.
—Hey, Susanski tiene razón. Podemos preguntarles a sus hermanas, las brujas de las corrientes de aire —dijo Joey.
Spooky no quería ir a ver a las brujas de las corrientes de aire porque siempre que las veía terminaba resfriado.
—Si no quieres constiparte, ¿por qué no te pones un gorro y una bufanda? —preguntó Nerea.
Las niñas le pusieron un gorro al monstruo de armario y Coqui le ayudó con la bufanda. Una vez listos, se marcharon a buscar a las brujas. Spooky los llevó a un acantilado muy alto. Daba mucho vértigo mirar hacia abajo. El mar rugía desde lo más profundo y las águilas volaban sobre ellos. La casa de las brujas estaba inclinada y parecía que podía caerse al mar en cualquier minuto, pero así llevaba muchísimos años según Joey. Los tejados, porque tenían tres, eran picudos y de colores brillantes. El sol se reflejaba como si fuera de cristal.
—Es una casa muy bonita —dijo Rocío.
En ese momento, la puerta se abrió y una niña preguntó:
—En serio, ¿te gusta mi casa? Ven, entra, te enseñaré mi habitación.
Los niños sorprendidos entraron en la casa, que, por dentro, era muchísimo más grande que por fuera. La niña que les había invitado a entrar se llamaba Brisa. Les contó que vivía con sus hermanas, Tempestad y Huracán. La habitación de Brisa era de color blanco y su cama parecía de algodón.
—Nunca había visto una bruja antes —dijo Roció— pero pensaba que eran viejas y feas.
Los niños se sobresaltaron al escuchar una carcajada de la habitación de al lado. Una niña un poco mayor entró riendo.
—Eso son cuentos para asustar a los más pequeños —explicó—. Hola, soy Tempestad, pero podéis llamarme Tempi.
Brisa y Tempi invitaron a merendar a los niños. Estaba encantadas porque no solían tener visitas.
—Vivimos muy alto y a la gente le da miedo el mar. Ruge mucho —dijo Tempi.
—¿Por qué habéis venido? —preguntó Brisa mientras les ofrecía galletas en forma de remolino.
—Nos han invitado al centésimo cumpleaños de la Brujita del Frio y no sabemos qué regalarle —explicó Susanski.
—Claro, se nos había olvidado —intervino Tempi.
Susanski les explicó que sólo habían visto a la Brujita del frío una vez cuando trabajada en la fábrica de chocolate de Thomas Mocca y que no sabía qué podía gustarle. También les contó que Virginia les había sugerido hablar con ellas.
—Le encantan las mariposas de papel, ¿por qué no le hacéis unas cuantas de distintos colores? —sugirió Tempi.
—Sí, le encantan. Las hace volar con los remolinos que crea en los desagües —explicó Brisa.
A los niños les entusiasmó la idea de hacer mariposas de papel y decidieron volver a casa de Susanski a hacerlas. Pero antes terminaron de merendar con las brujas de las corrientes de aire.
—Tenéis que venir otro día y conocer a nuestra hermana huracán ¡tiene un grupo de rock!
—¡Claro que volveremos! —dijo Coqui. Le habían encantado las galletas y se lo había pasado genial. Antes de irse, Peri se asomó a la ventana para ver el mar rugir.
—¿No tenéis miedo de caeros al mar? —Preguntó.
—No. Además, ahora ves al mar bramar como loco, pero por las noches nos canta suavemente y agita las olas despacito para dejarnos dormir. Si nos cayéramos, nos recogería y nos llevaría a la orilla.
Se despidieron con muchas ganas de volver a ver a sus nuevas amigas. Cuando dejaron a Joey en la biblioteca, Susanski le preguntó:
—¿Qué vas a regalarle tu? ¿Vas a hacer más mariposas?
—No, qué va… Pensaba componerle una canción —contestó Joey—. No soy muy bueno coloreando.
Al llegar a casa de Susanski vieron que era hora de cenar y que tendrían que dejar las mariposas para el día siguiente pero la buena noticia era que día siguiente era sábado y tendrían tiempo de sobra.