25. Joey y Hansi
Se acercaba el Día del libro y como todos los años, Susanski y sus amigos estaban deseando ir a la Biblioteca de los Osconanos para ver los preparativos. Estaban esperando a Spooky pero tardaba mucho.
—Hola, niños —dijo Spooky con muchísimo desánimo.
—¿Qué te pasa, Spooky?
—Es que este año el Día del libro va a ser un desastre —dijo Spooky sin levantar la mirada del suelo.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Peri.
—Le tocaba organizarlo a Joey pero está tan triste porque su amigo Hansi no va a venir, que no le apetece hacer nada. Se pasa el día colocando libros en las estanterías.
—Tenemos que ir y ayudarle —dijo Susanski con determinación.
Los tres niños y el monstruo de armario viajaron rápidamente a la Biblioteca de los Osconanos y corrieron hasta el mostrador. Virginia, que les vio llegar, se acercó a recibirles.
—Hola, chicos. No os esperaba hoy por aquí.
—Spooky nos ha contado que Joey está muy triste y queremos ayudar en lo que podamos —dijo Susanski.
—Me alegra mucho. Joey os necesita.
Virginia señaló a uno de los pasillos entre la sección de drama culinarios y novelas costumbristas para coleccionistas de jeroglíficos. Los tres niños vieron a Joey colocando libros.
—¡Joey, Joey! —gritaron los niños.
—Hey, chiquis. ¿Qué hacéis por aquí? —preguntó el Osconano tratando de sonar lo más animado posible.
—Hemos venido a ayudarte —dijo Coqui.
—¿Ayúdame con qué? —preguntó Joey extrañado. No tenía tantos libros en el carrito para que no pudiera colocarlos él solo pero la ayuda de sus amigos siempre era bien recibida.
—Ayudarte con el Día del libro —dijo Peri.
—¡Ah! ¡Eso! No tengo muchas ganas —dijo Joey.
—Sabemos que no te apetece mucho porque tu amigo Hansi no va a venir —dijo Coqui y todos le miraron tratando de que no terminara la frase.
—Es así. Este año no puede venir y tenía muchísimas ganas de que viera la fiesta. Iba a hacerla en su honor.
—Podemos seguir haciéndola en su honor y mandarle fotos y videos para que lo vea —dijo Susanski.
—Hey, chiqui, me parece muy buena idea.
—¿Por qué no nos cuentas cosas de tu amigo Hansi? Así podríamos ayudarte a organizarlo —dijo Peri.
Joey se giró hacia los niños, se sentó en una montaña de libros que aún no había colocado y les dijo.
—Hansi es mi mejor amigo. Nos conocimos cuando estábamos en el colegio. De hecho, vino de intercambio porque él es como vosotros, viene de vuestro mundo.
—¿Si? ¿Y cómo viajó hasta aquí? —pregunto Spooky— ¿En armario?
—No, Spook. Organizaron un intercambio en la Escuela de Cuentos y Leyendas. Estaba en primero de cuentacuentos y Hansi se había matriculado en narración oral aunque a él lo que le gustaba de verdad era cantar —explicó Joey susurrando—. Se formó una clase súper chula. Teníamos gnomos cuentacuentos, lectores de cuentos nunca escritos, sirenas, bibliotecarios y hasta había venido una selkie. Hansi era el único humano y claro, ¡todo esto le encantó!
—¡Como a nosotros! —exclamó Sussanski— ¿Qué pensabas preparar para el Día del libro?
—Quería hacer una exposición de sus libros. ¡La más grande! —Joey abrió tanto los brazos que se golpeó con las estanterías que tenía a ambos lados. —Después elegiríamos uno para la representación anual.
—¿Tu amigo Hansi es escritor? —preguntó Coqui.
—¡Claro! ¡Es uno de los escritores humanos más famosos! —Los niños se miraron entre ellos y no conocían a ningún escritor llamado Hansi pero no quisieron decir nada. No querían entristecerle más.
—Entonces, —dijo Susanski— tendremos que organizar la exposición más grande que hayáis visto en la biblioteca.
Joey quería hacer algo espectacular, único, como las historias de su amigo Hansi pero no sabía bien por dónde empezar.
—Podríamos reunir a la gente de tu clase cuando Hansi estudio aquí. A lo mejor ellos tienen alguna idea —sugirió Susanski.
—Chiqui, esa es una idea genial. Vamos a llamarles.
Joey se acercó al mostrador de recepción. Los niños y el monstruo de armario le siguieron. No sabían bien cómo ayudar pero se quedaron a su lado.
—Susanski, te iré dando nombres y si vienen, les apuntas en esta lista —dijo Joey y miró a Coqui—. Coqui, luego me ayudarás a recoger todos los libros que ha escrito Hansi. Peri y Spooky se encargarán de llamar a todos los personajes desde megafonía.
Los niños se pusieron en sus sitios y Joey, con un espejo en la mano empezó a llamar a sus compañeros de clase. Primero, habló con uno de los gnomos cuentacuentos para que corrieran la voz.
En ese mismo instante, la puerta de la Biblioteca de los Osconanos se abrió de par en par y entró un hombre con un abrigo largo y negro. Sobre él llevaba tanto polvo y arena que parecía que trajera todo un despierto consigo. Susanski no quería mirarle descaradamente y trató de disimular preguntando a Joey.
—Joey, ¿por qué no nos cuentas alguna cosa de cuando estudiabáis juntos?
—Uff hay tantas que no se me ocurre ninguna —dijo Joey mientras se rascaba la cabeza.
—Entonces deberías contarles cuando perdí la voz y me ayudaste a encontrarla —dijo el hombre del abrigo negro. Se acercó a ellos y pudieron verle con claridad. Era alto, delgado, con una levita y pantalones negros, tenía el pelo alborotado y la nariz grande.
—¡Hansi! —Joey gritó tan alto que los que estaban leyendo en la última planta saltaron en sus sillas— Pensaba que no ibas a venir.
Joey salió corriendo tan deprisa que todos los libros a su paso se abrieron por el índice de la última página. Se lanzó contra él, le levantó y le dio un abrazo de oso o también conocido como abrazo de Osconano.
—Chicos os tengo que presentar a mi amigo Hansi —se giró hacia él y continuó—. Estos son mis amigos: Susanski, Coqui y Peri. Ese de allí es el mejor monstruo de armario que te puedas encontrar, Spooky.
Los niños saludaron y se acercaron a él. Susanski preguntó:
—Hansi, ¿nos puedes contar cuando perdiste la voz? Suena a una aventura muy emocionante.
—Por supuesto, —Hansi se acercó a una pila de libros que Joey tenía a un lado y se sentó sobre ellos. —Por aquel entonces, no quería ser escritor. De hecho, no sabía que acabaría siéndolo. Entonces quería ser cantante y no un cantante cualquiera, un cantante de ópera.
Los niños le miraron asombrados.
—Todos los viernes íbamos de excursión y aquel día nos íbamos a la Isla Urdimbre donde se tejen los sueños pero esa misma mañana me levanté un poco raro. Tenía algo en la garganta, no podía hablar bien y era algo así como una arenilla. Una sensación rasposa. De repente me di cuenta que no podía pronunciar ninguna palabra que empezara por a y aquello era muy raro.
—Sí que era raro —dijo Coqui.
—Entonces —continuó Hansi— le pedí ayuda a mi amigo Joey. Nos fuimos directos a la Biblioteca de los Osconanos a investigar porque no podía pronunciar ninguna palabra que empezara por A. Cuanto más pasaba la mañana, menos palabras podía pronunciar. Llegó un momento en el que ya no podía pronunciar las que empezaran por E, incluso algunas que podía pronunciar horas antes, ya no podía. Era como si alguien me estuviera quitando letras. Durante la mañana fui perdiendo vocales y al llegar el mediodía hablaba solo con consonantes. Más que hablar, rugía.
Entonces Virginia que por aquel entonces era solo una aprendiz en la biblioteca nos sugirió que fuéramos a la oficina de objetos perdidos porque a lo mejor solo estaba perdiendo la voz. Como podéis imaginaros fuimos corriendo a la Oficina de Objetos Perdidos y nos encontramos Blake.
—Hola, ¿en qué puedo ayudaros? —dijo Blake, el Osconano encargado de la oficina.
—Mi amigo Hansi ha perdido la voz y no sabemos si había llegado aquí —dijo Joey porque yo apenas podía decir nada que se pudiera entender.
Blake empalideció y nos dijo que acaba de llegar el Siembrasueños y que se había llevado unos cuantos objetos al azar y entre ellos se había llevado su voz. Joey le volvió a preguntar:
—No sabrás dónde podemos encontrarle, ¿verdad?
Claro que lo sabía. El Siembrasueños iba todas las tardes, antes del anochecer, a sembrar sueños.
—¿Qué pensaba hacer con tu voz? —dijo Coqui.
—Enterrarla en lo alto del acantilado de la Isla Urdimbre donde las tejedurías de Lin Meng daban forma a los sueños.
—¿Y qué hiciste? —preguntó Peri.
Por un lado estaba muy enfadado, quería mi voz y por otro lado, me intrigaba mucho el Siembrasueños y Lin Meng. ¿Cómo podían sembrar y crear sueños? No me parecía nada fácil.
Llegamos a tiempo para coger el ferry con la excursión de clase, aunque todos se dieron cuenta de que no podía hablar y cuando Joey les contó todo, quisieron ayudar. Al llegar a la Isla Urdimbre vimos que en el embarcadero estaba la mismísima Lin Meng, Joey no esperó a que el ferry hubiera atracado del todo. Saltó por la borda, nadó hasta el embarcadero y sacudiéndose el agua que tenía en el pelo, preguntó a Lin Meng:
—¿Conoce al Siembrasueños? Si es así, ¿dónde podemos encontrarle? ¿Nos puede ayudar?
Las preguntas salían una detrás de otra sin que la tejedora pudiera responder. Menos mal que me dio tiempo a llegar y gruñir a Joey.
—¡Cuántas preguntas! —dijo la tejedora con dulzura—. A ver si puedo contestarlas a todas: Sí, le conozco, debe estar en el acantilado ahora mismo y claro que puedo ayudaros. Pero ¿por qué queréis hablar con él?
Hice un gesto señalando mi garganta y Joey le dijo que tenía mi voz. Queríamos llegar a tiempo antes de que la sembrara.
Lin Meng nos guió a través del bosque de las nostalgias, de allí caminamos hacia el acantilado norte donde esperaba encontrar al Siembrasueños. Nada más salir del bosque, donde los cuervos blancos aprendían a volar, vimos a un hombre agachado en la tierra haciendo agujeros y buscando en la maleta qué poner dentro de ellos.
—¿Por qué hacía eso? —preguntó Coqui.
En aquel momento no lo sabíamos, pero Joey, que ya sabéis cómo es, que no le frena ni un tornado, se acercó y le preguntó antes de que pudiera pararle.
—¿Qué está haciendo y por qué se ha llevado la voz de mi amigo?
El hombre se giró muy sorprendido. No se esperaba encontrar a toda la clase de intercambio mirándole.
—Estoy sembrando deseos. Al llegar la primavera, me acerco antes de que el sol se ponga y siembro deseos. Estos echan raíces y crean sueños que inspiran a muchos niños para decidir que quieren ser de mayores.
—¡Qué bonito! —dijo Susanski.
—A mí también me lo pareció. Tan bonito que no me atrevía a pedir que me devolviera la voz pero Joey se adelantó y le dijo.
—Mi amigo ha perdido la voz. Ya no puede pronunciar palabras que empiecen por a, ni por e, ni por ninguna otra vocal. ¡Es un desastre! ¡Tiene que devolverle la voz ahora mismo!
El siembresueños rebuscó en la maleta. Como no la encontraba tuvo que meter medio cuerpo dentro de la misma hasta encontrar un frasco de cristal. Lo sacó con mucho cuidado y me dijo:
—Siento mucho haberme llevado tu voz. Pensaba que era un deseo. Mira, ¿ves los reflejos de estrellas ahí dentro? Es tu deseo de ser cantante.
Era verdad lo que me dijo. Hasta aquel momento había querido ser cantante con todo mi corazón pero ya no estaba tan seguro.
—¿No? —preguntó Spooky muy extrañado.
—No, Spooky, deseaba contar todo lo que había visto y sentido aquí en el mundo de los Osconanos.
—Para eso, ya te lo dije, tienes que escribirlo, si lo cantas quedaría raro —dijo Joey.
Así que le pregunté al Siembrasueños si podía separar el deseo de mi voz. Me dijo que era bastante sencillo y rápido. Entonces, me volví con mi voz y el Siembrasueños se quedó con mi deseo para sembrarlo.
Y así, niños, es como empecé a escribir cuentos dejé mi deseo de ser cantante en la isla Urdimbre para ayudar a todos los niños a encontrar sus sueños y yo, mientras tanto, empecé a escribir cuentos
—¡Claro! Ya decía yo que tú cara me sonaba tanto —dijo Susanski—. Eres Hans Christian Andersen.
—Claro, chiqui, ese es su nombre completo pero aquí todos le llamamos Hansi porque es más corto —dijo Joey.
Aquel día del libro fue muy especial porque Joey y su amigo Hansi contaron a los niños y al monstruo de armario muchas de sus aventuras cuando estudiaban juntos. Hansi les dijo que había utilizado algunas de ellas para sus cuentos pero otras no estaban incluidas porque eran demasiado fantásticas.
Por supuesto, aquel Día del libro resultó todo un éxito. Joey se sintió muy orgulloso del festival. No solo fue su primera vez organizándolo sino que todo el mundo se lo había pasado muy bien. Spooky y los niños habían conocido a su mejor amigo y él había podido volver a escuchar todas sus aventuras juntos. Hansi tuvo que volver a su casa pero prometió que volvería muy a menudo porque aunque no pudiera publicar más cuentos, siempre podía dejarlos en la sección de libros nunca escritos. A Susanski y a sus amigos les encantó la idea pero ellos también tuvieron que volver a casa. Aunque eso sí, lo hicieron felices. Habían conocido al mejor amigo de Joey.
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