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28. Cuando Papá Noel olvidó la navidad

I.

Susanski sabía que la navidad no empezaba hasta que el coche de la tía María se quedaba tirado, sin batería y tenía que ir su padre a recogerla. Primero eran los villancicos en las tiendas y luego el coche de la tía María. Aquella Nochebuena había empezado igual, así que la mamá de Susanski le pidió que se quedara con su primo Cormac mientras ellos se encargaban de rescatar al coche y a la tía María. Sus amigos Coqui y Peri también habían ido a su casa. Era mejor quedarse que enfrentarse a las últimas compras para la cena de Nochebuena.

—¿Operación langostino? —preguntó Susanski al ver a sus amigos. 

—¿Operación rescate de coche? —preguntaron ellos. 

—Sí. Hay cosas que nunca cambian.

—¡Solo falta que venga Spooky! —dijo Coqui.

En ese instante se oyó un ruido que provenía de algún lugar entre los zapatos y las perchas del fondo del armario de Susanski. 

—¡Ha pasado algo terrible! —dijo Spooky mientras se quitaba una percha de la cabeza. 

—¿Qué ha pasado? —preguntaron los niños. 

—Tenéis que venir conmigo. Necesitamos vuestra ayuda. —dijo respirando con dificultad.

—Tengo que cuidar de mi primo Cormac —dijo Susanski y Cormac saludó con un efusivo “Hello”.

—¡Que venga también! —dijo Spooky—. Necesitamos mucha ayuda. Estamos a punto de cancelar la navidad.

—¿Qué? —gritaron los cuatro niños.

—Papá Noel ha olvidado qué es la navidad. 

II.

Los niños viajaron con Spooky. Tenían que ayudar a Papa Noel a recordar qué era la navidad. No podían permitir que se cancelara la navidad. 

Al llegar a la  biblioteca de los Osconanos tuvieron que entrar abriéndose paso entre todos los personajes de los libros que habían acudido a ayudar. 

—¡Orden, un poco de orden! —oían gritar a Joey pero todos los personajes hablaban a la vez. 

—Hola, Joey —saludó Susanski—. Hemos venido lo antes posible. Queremos ayudar. 

—Muchas gracias, chiquis —dijo Joey muy triste—. ¿Sabéis lo que ha pasado? 

—Sí, Spooky nos lo ha contado —dijo Susanski—. Pero, ¿cómo ha podido olvidar qué es la navidad? 

—Ha sido la bruja Siroco —dijo Virginia acercándose a los niños. —No solo ha hecho olvidar a Papá Noel, los renos tampoco recuerdan nada, ni siquiera los duendes lo recuerdan. La fábrica de juguetes está parada.

That’s horrible! —exclamó Cormac.

—Y tanto, chiqui. —dijo Joey—. Tenemos que hacer algo. No podemos permitir que la bruja Siroco se salga con la suya. 

—Tenemos que organizarnos o no nos dará tiempo —dijo Susanski. 

—Es muy buena idea. 

—Estoy esperando a Margarita para que nos ayude a encontrar a la bruja Siroco —dijo Virginia—. A lo mejor podemos encontrar un antídoto para el hechizo.

—¡Muy buena idea! —corearon los niños. 

—Iba a ir a ver a los renos, —dijo Joey—. Quiero ver qué tal están y a ver si podemos hacerles recordar. ¿Queréis venir conmigo? 

—¡Sí! —exclamaron los niños.

—Llevaremos zanahorias para darles de comer —dijo Cormac. 

III. 

Joey y los niños acudieron a los establos donde dormían los nueve renos de Papá Noel. Cormac llevaba tantas zanahorias que casi no podía con ellas. Al entrar, vieron que los renos apenas se movían. Estaban como dormidos. 

—Me da pena que no me reconozcan —dijo Joey. 

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Coqui. 

—Hemos intentado hablar con ellos, peinarles y demás pero no nos reconocen a ninguno de nosotros. 

—Entonces, no creo que nos reconozcan a nosotros tampoco —dijo Peri.

Cormac se acercó a los renos y fue llamándoles por su nombre mientras les repartía las zanahorias. 

—Hola, Rudolph. Esta es para ti, Dasher. ¿Quieres una zanahoria, Dancer? —Los renos no parecían reaccionar a sus nombres pero Cormac no desistía. Seguía llamándolos por sus nombres. 

—A lo mejor es lo que debemos hacer, —dijo Susanski—. Digamos sus nombres muchas veces. 

Los niños corearon los nombres como si fuese una canción.

—Rudolph, Dasher, Dancer, Vixen, Prancer, Cupid, Comet, Blitzen y Donner.

—Rudolph, Dasher, Dancer, Vixen, Prancer, Cupid, Comet, Blitzen y Donner.

—Rudolph, Dasher, Dancer, Vixen, Prancer, Cupid, Comet, Blitzen y Donner.

Los renos se animaban un poco con las zanahorias pero no parecían recordar nada. 

IV. 

—Creo que no saben su nombre y por mucho que los repitamos, no los van a recordar —dijo Coqui muy desanimado. 

Los niños se dejaron caer sobre unos bloques de heno y se quedaron callados. Se miraron los unos a los otros. No sabían qué decir. Entonces el pequeño Cormac se levantó de un salto. Entonces empezó a cantar el villancico Rudolph el reno. Se acercó a los renos y delante de ellos, bailaba mientras cantaba. 

Rudolph miraba al niño y movía la cabeza ligeramente. Cormac seguía cantando la mitad del villancico en inglés, la mitad en castellano y sin parar de bailar. Era tan contagioso que Susanski se unió a su primo y empezó a cantar. 

You know Dasher and Dancer and Prancer and Vixen. Comet and Cupid and Donner and Blitzen. But do you recall the most famous reindeer of all?

—¡Necesitamos música! —gritó Coqui. Joey y Coqui salieron disparados de los establos y dejaron a los niños cantando mientras buscaba una radio para ponerles villancicos.

Llegaron con un tocadiscos del inventor Christian von Mezger. Había que dar palmadas al ritmo de la música o se paraba pero aquello no fue ningún impedimento para los niños. Sonaron todos los villancicos que hablaban de los renos. También sonaron algunos de Papá Noel y el favorito de Joey “Jingle bell rock” sonó dos veces. Los niños, el monstruo de armario y el Osconano estaban pasándoselo tan bien que no se dieron cuenta de que los renos se habían levantado y estaban cantando con ellos también.

—¡Mirad! ¡La nariz de Rudolph brilla otra vez! —dijo Cormac.

V. 

La nariz de Rudolph volvía a brillar y aquello solo podía significar una cosa: recordaba su nombre. Joey se acercó a los renos y les preguntó:

—¿Sabéis cómo os llamáis? 

Los renos movieron la cabeza afirmativamente. Cormac dejó de bailar y les pasó lista: 

—¡Rudolph! —llamó Cormac señalando con el dedo y este bramó. 

—¡Dasher! —Dasher bramó a su vez. Cormac miró al siguiente y dijo— ¡Dancer!

Dancer dio un paso adelante y bramó también.

—Ahora me toca a mí —dijo Coqui— ¡Vixen! 

Vixen dio un paso adelante, otro atrás y bramó.

—¡Ahora yo! —dijo Peri—. Prancer, Prancer es tu turno.

El reno dio un paso adelante, uno de la derecha y otro a la izquierda mientras Peri repetía su nombre.

—¿Cupid? —dijo Spooky muy bajito. 

Cupid se acercó y suavemente le acercó el morro a Spooky que sonrió mientras le acariciaba.

—Hey, Comet. ¿Ya te acuerdas de mí? —preguntó Joey. 

Comet negó con la cabeza y luego le sacó la lengua. Joey se rió a carcajadas.

—Ahora me toca a mí —dijo Susanski—. ¡Blitzen!

Blitzen dio un paso adelante y Susanski hizo lo mismo. Luego los dos dieron un paso atrás y dieron una vuelta entera. 

—Donner, ahora nos toca a nosotros —dijo Cormac bailando hacia él.

Los niños aplaudieron felices. Joey llamó a unos Osconanos para que ayudaran a poner en marcha el trineo de Papá Noel mientras él, los niños y un monstruo de armario tenían que visitar a los elfos de Papá Noel. 

6. 

Los niños viajaron hasta el polo norte, por supuesto, en armario gracias a Spooky. Cuando llegaron, se encontraron a los elfos sentados en el suelo, mirando las hermosas auroras boreales. Susanski, indignada, les preguntó: 

—¿Qué estáis haciendo aquí? ¿No sabéis que es Nochebuena y hay muchísimo por hacer?

—¿Quién eres y por qué nos estás regañando? —preguntó un elfo muy pequeño, sentado al pie del árbol.

—Sí, no eres elfa para pedir explicaciones —gritó otro elfo.

—No te vamos a hacer caso —dijo otro más.

La niña se giró a sus amigos y les dijo:

—¿Se han olvidado también de quiénes son?

—Eso parece, chiqui —dijo Joey.

—Vamos a ponerles villancicos —sugirió Coqui—. A lo mejor se acuerdan al escucharlos.

Cormac sacó el tocadiscos del inventor, y los villancicos llenaron el lugar. Los elfos se acercaron al tocadiscos y escucharon atentamente.

—Parece que les está gustando —susurró Peri.

Entonces, uno de ellos les lanzó unos caramelos contra ellos, gritando:

—¡Buuuu, qué aburridos! ¡Quita eso! ¡Me duele la cabeza solo de oírlos!

Los otros elfos se unieron a los abucheos, y Spooky, asustado, apagó los villancicos.

—Parece que lo vamos a tener muy difícil. 

7. 

Los elfos, enfadados, les tiraron caramelos, piruletas y adornos navideños hasta que los niños echaron a correr. Siguieron el sendero hasta el bosque y allí los elfos les dejaron en paz. 

—Jo, parece como si los elfos no quisieran tener nada que ver con la navidad —dijo Coqui.

—También se han olvidado de la navidad —dijo Peri.

—¿Qué podemos hacer para recordarles quienes son? —preguntó Susanski.

—No lo sé, chiqui —admitió Joey—. No se me ocurre nada. 

Los niños siguieron caminando sin darse cuenta que cuanto más andaban, más se adentraban en el bosque. Entonces dejaron de ver árboles como tal para encontrarse con árboles hechos con libros. De hecho todo el bosque estaba hecho con libros. 

—¿Dónde estamos? —preguntó Coqui—. Es el bosque más raro que he visto en mi vida.

—¿Nunca has visto un bosque de libros? —preguntó una voz detrás de los libros que formaban un sauce.

—No, nunca. Es mi primera vez —contestó Coqui.

—No eres de aquí, ¿no? —preguntó otra voz. 

—No, somos niños de Madrid.

—¿Qué estáis haciendo aquí? —preguntó otra voz. 

—Hemos venido a ayudar a los elfos de Papá Noel —dijo Peri.

—¿Qué les pasa? Yo les veo igual.

—La bruja Siroco les ha hecho olvidar la navidad como a los renos y a Papá Noel.

—¡Eso es terrible! —exclamó otra voz.

—Por eso no se oye la fábrica —dijo otra más y cuando se quisieron dar cuenta. Vieron un centenar de pequeños duendes alrededor de ellos. 

—¿Y vosotros quiénes sois? —preguntó Susanski.

—Somos los duendes cuentacuentos. 

8. 

Los duendes cuentacuentos les dijeron a los niños, al monstruo de armario y al Osconano que ellos se encargaban de contar cuentos que más tarde se recogían en libros. Ellos contaban las historias de muchos de los personajes que estaban en la biblioteca de los Osconanos. 

—¿No tendríais algún cuento que podéis contarles a los elfos para hacerles recordar? 

—Nosotros no. Solo contamos cuentos pero podemos hablar con el duende de navidad —dijeron los duendes cuentacuentos. 

—¿Quién es el duende de navidad? —preguntó Spooky.

—Es el que recoge todo lo que sucede en navidad. No solo aquí sino en todas partes. En todos los países, en todos los mundos. 

—¿También en el nuestro? —preguntó Coqui.

—¡Claro! 

—A lo mejor nos puede ayudar con los elfos —dijo Peri. 

—Entonces vayamos a buscarle. Está en el punto más al norte del polo norte —dijeron los duendes cuentacuentos. 

Los niños viajaron en trineos hechos con libros, por supuesto, y tirados por libros en forma de zorros árticos. A medida que se iban acercando al punto más norte del polo norte veían que las auroras boreales brillaban con mucha intensidad y no había rastro del sol. 

Por supuesto, el duende de navidad vivía en una casa hecha con libros. Parecía un castillo en miniatura inclinado hacia un lado. 

—Hola, —llamó el duende cuentacuentos—. ¿Estás en casa?

—¡Claro, dónde si no iba a estar! —El duende de navidad abrió la puerta y salió a recibirles. Les miró de arriba abajo y preguntó —¿Quienes son esta gente que te acompaña?

—Son unos niños que vienen a pedirte ayuda.

—¿Y por qué debería ayudarles? —preguntó el duende de navidad cruzando los brazos—. Estoy muy ocupado. 

—Necesitamos tu ayuda, duende de navidad, los elfos de Papá Noel han olvidado la navidad. —dijo Susanski.

—¡Eso es terrible! ¿Cómo han podido ser tan zoquetes? 

—Ha sido la bruja Siroco —explicó Peri.

—¿Y cómo puedo ayudaros? —dijo el duende de navidad—. No queda mucho tiempo. Si no lo recuerdan pronto, habrá que cancelar la navidad.

—Necesitamos alguno de tus cuentos que les ayude a recordar qué es la navidad —pidió Coqui.

—No escribo cuentos, niño. Soy un cronista. —Hizo una pausa esperando algún tipo de reconocimiento pero ninguno se atrevió a decir nada. Suspiro y siguió diciendo—. Claro que tengo mucho escrito sobre la navidad. 

Le convencieron para que metiera todo lo que creía que pudieran necesitar en el trineo y les acompañó de vuelta. Todos cruzaban los dedos para que pudieran hacer a los elfos recordar como lo habían hecho con los renos.

9. 

Al llegar a la aldea de los elfos se los encontraron en la plaza tal como les habían dejado. Les miraban sin decir nada. El duende de la navidad se giró hacia el duende cuentacuentos y le dijo:

—Es peor de lo que me imaginaba. No sé si esto surtirá efecto. 

Hans, que así se llamaba el duende la navidad sacó uno de los cuadernos y empezó a narrar las navidades pasadas. Explicó todos los turnos, cómo ponían la fábrica en marcha, cómo la aldea olía a jengibre y a canela. Pasó a recitar todos los nombres de los elfos y sus especialidades. Los juguetes que habían fabricado nuevos y por supuesto, los que habían dejado de fabricar. Mencionó el nombre de Berry Ribbonhope, el duende que más muñecas terminó antes de navidad. Fue la empleada del mes. Luego habló de los problemas de Flake con el nuevo lanza caramelos. Lo había hecho tan potente que había roto una ventana. Luego explicó cómo la cadena de montaje de ositos de peluche se había atascado por unos lazos deshilachados que Pepper y Candycane tuvieron que arreglar con ayuda de las hadas del arcoiris. 

Los elfos intentaron interrumpirle en un par de ocasiones pero Hans era tan serio que con una mirada les quitó las intenciones a más de cinco elfos. Al final, los elfos se sentaron alrededor de Hans y escucharon prestando muchísima atención. 

Hans continuó leyendo de su cuaderno hasta terminarlo y cuando lo hizo, mientras sacaba otro de sus cuadernos del zurrón, Coqui se acercó y les preguntó:

—¿Recordáis ya lo que es la navidad? 

Los elfos se miraron entre sí con cara de confusión y negaron con la cabeza. 

—¡Sois unos zoquetes! —dijo Hans—. Todos los años os pasa alguna calamidad. El año pasado llenasteis de galletas la fábrica de cajas de galletas y las máquinas se quedaron pegadas. El día anterior se reventó el almacén de los bastones de caramelos y salieron despedidos. Había bastones de caramelo por todas partes. Se quedaron congelados y tuvisteis que esperar a la primavera para sacarlos de allí. 

—¡De eso me acuerdo! —dijo uno de los elfos—. Tuve un bastón de caramelo pegado a los pantalones hasta verano. 

—¿Veis? Sois unos zoquetes. 

Los niños se miraron con los ojos muy abiertos sin decir nada pero los elfos estaban empezando a recordar. Spooky estaba tan ilusionado que se tapó la boca para no gritar. Hans siguió relatando los hechos de la navidad de su segundo cuaderno.

10. 

Hans no tuvo que terminar el segundo cuaderno. Todos los elfos recordaron lo que era la navidad, quién era Papá Noel y quiénes eran ellos.

—Pero si estamos aquí… ¿Quién está en la fábrica? —preguntó Figgy Cookiekiss. 

—¡Nadie, ese es el problema! —dijo Hans—. Todos estais aqui mirándome a mí en lugar de prepararlo todo para esta noche. 

—No se si nos dará tiempo —dijo Jingle Milkjoy.

—Si os quedáis mirándome a mí como zoquetes, ¡no os va a dar tiempo! —Hans les echó de allí y les mandó a la fábrica —. Será mejor que les sigáis para que no hagan alguna. 

—Muchas gracias, Hans —corearon los niños.

El duende cuentacuentos se llevó a Hans de vuelta a su casa. Esta crónica iba a ser muy larga y tenía que ponerse manos a la obra. Los niños tuvieron que correr calle abajo para alcanzar a los elfos. Spooky y Joey iban detrás. 

La fábrica estaba a oscuras y la puerta cerrada. Los elfos se miraron unos a los otros y no sabia que hacer. 

—¿Qué pasa? ¿Por qué no entráis? —dijo Susanski.

—Está cerrada y no tenemos la llave —dijo Dash Busyflake. 

—¿Quién tiene la llave? —preguntó Coqui.

—Solo la tiene Papá Noel. 

—Pero, si no recuerda la navidad, —empezó a decir Susanski— tampoco creo que recuerde donde tiene la llave.

11. 

Los elfos miraban la puerta cerrada de la fábrica de juguetes sin saber qué decir. Nunca se había cerrado y mucho menos en Navidad. Se miraban unos a otros sin saber qué decir. ¿Cómo iban a poder entrar y preparar todos los regalos para que Papá Noel los pudiera llevar esa misma noche? 

—Hay que buscar la manera de entrar y abrir la puerta —dijo Susanski.

—Voy a mirar si hay alguna ventana abierta —dijo Coqui mirando el edificio por todos lados. 

—Voy a preguntar si alguien tiene una escalera —dijo Peri. 

—Si no se abre pronto, no nos va a dar tiempo —dijo Spooky muy triste, tanto que Cormac le cogió de la mano. 

—¡Tengo una idea! —dijo Susanski de pronto—. Spooky, ¿puedes viajar en armario hasta dentro de la fábrica? 

—Si hay un armario dentro, claro que podría… —Spooky no sonó demasiado seguro.

—Hey, Elfo, ¿tenéis algún armario dentro de la fábrica que mi amigo Spook pueda utilizar? —preguntó Joey a un elfo que dudó dos segundos y tardó otros dos en contestar.

—Si, tenemos el armario de los juguetes de madera, también el de repuestos y hasta uno donde guardamos los gorros. 

—Entonces ya está Spooky. Viaja hasta la fábrica y abre la puerta —dijo Susanski.

En menos tiempo de lo que se necesita para decir Osconano tres veces, Spooky abrió la puerta de la fábrica por dentro. Los elfos entraron corriendo sin pararse a darle las gracias. De hecho, se tuvo que echar a un lado para no le llevaran por delante. Los niños aplaudieron.

—¡Spook, eres el mejor! —dijo Joey y Spooky sonrió lleno de orgullo. Le gustaba ayudar a sus amigos. 

12.

Los niños entraron en la fábrica de juguetes. Nunca habían visto nada igual. Era gigantesca. 

—¡Es más grande por dentro que por fuera! —exclamó Coqui.

—¡Y que lo digas! — dijo Peri.

Los elfos corrían de un lado a otro diciendo:

—¡No tenemos tiempo! ¡No tenemos tiempo!

Susanski que sabía que si no se organizaban, aquello podía terminar como el trabajo en grupo que hicieron el año pasado les llamó al orden:

—¡Atención! —gritó y los elfos pararon en seco. Miraron a la niña y esperaron a que hablara—. Tenemos unas pocas horas y hay mucho que hacer. ¿Cómo os soléis organizar otros años?

—Es Papá Noel el que nos dice qué tenemos que hacer. 

—Papá Noel no podrá ayudaros esta vez. Tendréis que hacerlo sin él —dijo Susanski.

Los elfos se miraron entre ellos. No se les veía muy seguros. De hecho alguno empezó a temblar. 

—No podemos hacerlo sin él. 

—¡Claro que podéis! ¿No habéis oído lo que has relatado Hans? —dijo Coqui—. Todo lo que ha contado de las otras navidades lo habéis hecho vosotros. 

—Es verdad —añadió Peri—. En el primer cuaderno, apenas hablo de lo que hizo Papá Noel. Solo salíais vosotros. Con vuestras ideas. ¿Quién se encargó de pedir ayuda a las hadas del arcoiris?

—Fueron Pepper y Candycane —dijeron los elfos.

—Exacto. ¿Quién de vosotros tiene el récord de hacer más muñecas en menos tiempo? —preguntó Coqui.

—Berry Ribbonhope —Volvieron a decir los elfos todos juntos.

—¿Veis? —continuó Coqui— Podéis hacerlo. Solo tenéis que creer en vosotros.

—Y en la magia de la navidad —añadió el pequeño Cormac. 

Los elfos aplaudieron y dieron saltos de alegría. De repente, todos sabían lo que tenían que hacer. La fábrica se iluminó, las máquinas arrancaron sin problemas y los villancicos empezaron a sonar. 

13. 

Susanski y sus amigos miraban a los elfos ir de un lado a otro llevando guirnaldas, espumillón y adornos navideños. Las cadenas de montaje arrancaron y los juguetes se iban amontonando en cajas al final de las líneas. En apenas unos minutos, no había ningún rincón donde no hubiera juguetes. Había cientos de muñecas en un lado, junto con una montaña de coches teledirigidos que a su vez compartían las cajas con robots, cocinitas y hasta con juegos de mesas para toda la familia. 


Con la fábrica de juguetes en pleno funcionamiento, los elfos trabajaron incansablemente para asegurarse de que todos los juguetes estuvieran listos a tiempo. Las luces parpadeantes, la música alegre y el olor a galletas de jengibre llenaban la fábrica. Los niños y Spooky observaban maravillados cómo los elfos organizaban los regalos en grandes montones.

—Lo logramos, chicos. La fábrica está en marcha y todo parece perfecto —dijo Coqui con una sonrisa de satisfacción.

Sin embargo, en medio de la celebración, Peri empezó a preocuparse.

—¿Cómo sabrán qué regalo ha pedido cada niño?

—Es fácil, —dijo Spooky—. Los organizarán según las cartas. 

—Pero yo no veo las cartas por ninguna parte —dijo Peri.

Todos se miraron con preocupación. Habían estado tan ocupados asegurándose de que los juguetes estuvieran listos que se habían olvidado por completo de las cartas.

—¿Dónde están las cartas? —preguntó Susanski a uno de los elfos. 

—Las tiene Papá Noel. El apunta todo en su libro. Quien ha sido bueno, quien no lo ha sido tanto, qué ha pedido este año, quienes son sus hermanos para que puedan jugar juntos y todas esas cosas. 

—Papá Noel se ha olvidado de la navidad —dijo Spooky. 

14. 

Los niños estaban muy preocupados. Sin las cartas ni el libro de Papá Noel, los niños no podrían recibir lo que habían pedido. Entonces un elfo con unas gafas enormes y el pelo blanco como si fuera de algodón de azúcar, se acercó a ellos. 

—¿Qué os pasa? Pareceis muy preocupados —dijo con una voz muy dulce.

—Papá Noel se ha olvidado de la navidad. Los elfos no tienen ni las cartas de los niños ni el libro de Papá Noel con todo organizado —dijo Spooky muy triste. 

—No sé cómo van a poder llevar a los niños lo que han pedido si no saben qué quieren por navidad —dijo Coqui moviendo los brazos.

—A veces cuando Papá Noel tiene que organizar el trineo, seguimos las instrucciones del inventario —dijo el elfo. 

—¿Dónde tenéis este inventario? —preguntó Susanski.

—Lo tiene Frosty SweetCookie —dijo el elfo de las gafas—. ¿Queréis que le llame? 

Los niños contestaron un sí tan alto y tan largo que resonó en toda la fábrica. Si tenían el inventario podrían organizarlo sin problemas. 

—Hola, niños, soy Frosty SweetCookie —dijo el elfo con una expresión tranquila.

—¿Tienes el inventario de este año? —preguntó Coqui.

—Claro que sí. No lo tengo solo de este año. Lo tengo de todos los años. ¿Queréis verlos? 

—¡Sí! —corearon los niños. 

Los niños, el Osconano y el monstruo de armario soltaron un suspiro de alivio al verlo tan organizado.

—Gracias, Frosty. Eres nuestro héroe —exclamó Susanski, abrazando al pequeño elfo.

—Ahora pequeños elfos, creo que es el momento de cargar el trineo —dijo Joey.

La fábrica estaba llena de una vibrante energía navideña, y los elfos cantaban villancicos mientras trabajaban. Los niños ayudaron a organizar las bolsas de regalos en el trineo mientras Spooky intentaba no tropezar con las cajas.

15.

Los elfos cargaron las bolsas de regalos en el trineo con gran destreza. Los niños ayudaron a acomodar todo mientras se aseguraban de que las cartas estuvieran en el orden correcto. Spooky se subió al trineo, emocionado por la aventura que les esperaba. Estaban consiguiendo que la navidad siguiera adelante. 

El trineo de Papá Noel estaba listo y brillante, adornado con luces titilantes y cintas de colores. Los renos al verlo tan bonito bramaron de alegría. 

Ahora solo quedaba una cosa por hacer pero era la más difícil. 

—Tenemos que volver a la biblioteca y conseguir que Papá Noel se acuerde de la navidad —dijo Joey. 

—Eso va a ser lo más difícil… —dijo Spooky muy desanimado.

—Pero si alguien puede conseguirlo, pequeño Spook, esa es nuestra Susanski —dijo Joey dándole una palmada en la espalda a Spook. 

Susanski miraba pensativa. Aquello no iba a ser una tarea fácil pero tenía una idea. 

—Frosty, dices que tienes el inventario de todos los años. 

—Así es —dijo llenándose de orgullo—. Soy muy minucioso. 

—¿Qué pasa con las cartas de los años anteriores? ¿Dónde las guardáis? —preguntó Susanski.

—Se guardan en la sección epistolar de la biblioteca de los Osconanos —dijo Frosty.

—¿Episto-qué? —preguntó Spooky—. ¡Las pistolas me dan miedo! 

—¡Epistolar, Spook! —dijo Joey—. Hay una sección en la biblioteca con todas las cartas que se envían y se reciben en todo el mundo.

—¿De todo el mundo? —preguntó Coqui. 

—Joey, tenemos que volver a la biblioteca ahora mismo. Tengo una idea —dijo Susanski.

16.

Los niños, el monstruo de armario y el Osconano volvieron a la biblioteca. Tenían que conseguir que Papá Noel recordaba qué era la navidad y Susanski pensó que si le mostraba las cartas que los niños le escribían, lo conseguiría. Al llegar a la biblioteca se encontraron con Virginia y Margarita Castellanos. Trataban de encontrar el hechizo de la bruja Siroco con el que le había hecho olvidar a Papá Noel. 

—Hola, niños, —saludó Virginia.

—No te lo vas a creer Virgi, —empezó a contarle Joey—. Estos niños han conseguido que los renos y los elfos recuperaran la memoria. 

—¡Eso es fantástico! —dijo Virginia.

—Y no solo eso —añadió Spooky—. La fábrica está en marcha y el trineo ya está listo. 

—Ahora tenemos que conseguir que Papá Noel se acuerde la navidad —dijo Susanski.

—Eso no va a ser tan fácil —dijo Margarita Castellanos cerrando con desesperación el libro de magia que tenía en las manos—. No hemos encontrado aún el hechizo de la bruja Siroco. Se acaba el tiempo. 

—He tenido una idea y a lo mejor funciona —dijo Susanski—. Pero tenemos que ir a la sección epistolar.

Virginia les acompañó hasta allí. Subieron dos pisos y bajaron tres, giraron por los pasillos cambiantes y dieron tres vueltas. Después de subir por unas escaleras de caracol, llegaron a la zona de la biblioteca de los Osconanos donde guardaban todas las cartas. Estaban ordenadas por destinatario. 

Cuando los archivos que correspondían a Papá Noel se llevaron una sorpresa muy desagradable: la bruja Siroco se había llevado todas las cartas que Papá Noel había recibido de los niños a lo largo de los años. No quedaba ninguna.

—¡Oh no, esto es terrible! —exclamó Virginia, mirando a su alrededor con preocupación. Susanski sintió un nudo en el estómago.

—¿Cómo vamos a ayudar a Papá Noel?

17. 

Susanski estaba muy triste. No sabía qué podían hacer para ayudar a recuperar la memoria de Papá Noel. 

—A lo mejor no ha sido la bruja Siroco la que se ha llevado las cartas —dijo el pequeño Cormac—. A lo mejor se han perdido. 

Susanski al oír el comentario de su primo le brillaron los ojos. 

—¡Eso es! A lo mejor las cartas solo están perdidas.

—Eso no nos ayuda mucho —dijo Spooky sin saber a qué se refería—. Si están perdidas, tampoco las tenemos nosotros.

—Ahora no, pero todo lo que se pierde… —dijo Susanski.

—¡Termina en la oficina de Objetos Perdidos! —Joey terminó la frase—. Vamos niños, vamos a la oficina de Blake.

Echaron a correr por la escalera de caracol abajo, cruzaron tres pasillos que les llevaron a otros cinco pasillos diagonales. Bajaron dos pisos, subieron tres y bajaron uno pero a la pata coja. Después dieron dos vueltas a la izquierda y una a la derecha. Entonces de frente, la última puerta a la derecha era la oficina de los Objetos perdidos. 

—Hola, Blake —dijeron todos a la vez casi sin aliento—. Estamos buscando las cartas que los niños han enviado a Papá Noel. 

—Me temo que no tengo ninguna —dijo rascándose la cabeza un poco confundido—. ¿No sería mejor que le preguntarais a Papa Noel directamente?

—No se acuerda —dijo Coqui—. Ni de las cartas ni de la navidad.

—Eso es terrible y hoy es Nochebuena. ¿Qué puedo hacer para ayudaros?

—No lo sé, Blake, esperábamos encontrar algunas de las cartas… —dijo Susanski. 

18.

Coqui y Peri, viendo la tristeza en los ojos de Susanski, decidieron intentar otra estrategia. 

—Vamos a ver a Papá Noel. Tenemos una idea —dijeron los niños a la vez.

Susanski les siguió sin saber qué hacer ni qué decir. Spooky estaba a punto de llorar y el pequeño Cormac le cogió de la mano. 

—Chicos, no os desanimeis— dijo Joey—. Vamos a ver si Coqui y Peri consiguen salvar la navidad. 

Papá Noel estaba con Virginia y Margarita. Le hicieron sacar la lengua tres veces y decir hasta un trabalenguas pero nada, no parecía recordar qué era la navidad. Coqui y Peri muy decididos se pusieron delante de Papá Noel y empezaron a cantar: 

Pero mira como beben los peces en el río, pero mira como beben y vuelven a beber. 

Cantaban y bailaban como si los villancicos fueran una mezcla entre canción popular y rap del Bronx. Papá Noel les miraba fijamente y hasta empezó a dar palmas. Los chicos continuaron su repertorio con Noche de paz, Ande ande la marimorena y una versión personal del Jingle Bells. Bailaron y saltaron, cantaron y recitaron los villancicos como si les fuera la vida en ellos pero cuando no pudieron más se sentaron en el suelo tratando de recuperar el aliento.

—¡Sois unos fenómenos! —dijo Joey.

Spooky, Susanski y Cormac aplaudieron hasta que les dolieron las manos. Sin embargo, a pesar de todo, Papá Noel seguía sin recordar nada.

—No es suficiente, chicos. Mi memoria está completamente en blanco —suspiró Papá Noel.

19.

Cormac y Susanski, con determinación, se acercaron más a Papá Noel. A su alrededor, Coqui y Peri trataban de recuperar el resuello, Margarita revisaba su libro de magia pero no encontraba nada que pudiera ayudar mientras Virginia trataba de localizar a la causante de todo aquello. 

—Papá Noel, ¿recuerdas la vez que Rudolph salvó la Navidad con su nariz brillante? —preguntó Cormac, con la esperanza de que esa historia pudiera desencadenar algún recuerdo.

Papá Noel frunció el ceño, intentando recordar, pero sus esfuerzos fueron en vano.

—Lo siento, Cormac. No tengo imágenes en mi mente. Ni siquiera sé quién es Rudolph —dijo, apesadumbrado.

Susanski tomó la mano de Papá Noel y le habló con ternura.

—Pero, Santa, ¿no recuerdas cuando Rudolph se constipó y tuvimos que pedirle al inventor Christian que creara un farol especial para que te iluminara el camino?

Papá Noel cerró los ojos, como si estuviera concentrándose en algo distante, pero no pudo traer esos recuerdos de vuelta.

—Lo siento, Susanski. Mi mente sigue en blanco. No puedo encontrar ningún recuerdo.

Cormac, sintiendo la urgencia de encontrar una solución, tomó la palabra.

—¡Ya lo tengo! ¿Y si te contamos historias sobre la magia de la Navidad? ¿Recuerdas cómo traíamos alegría a los niños de todo el mundo? —propuso, esperanzado.

Papá Noel asintió levemente, dispuesto a intentarlo.

Cormac y Susanski comenzaron a relatar historias entrañables sobre los regalos que habían entregado, las sonrisas que habían iluminado los rostros de los niños y la magia que se desataba cada Nochebuena. Describieron la emoción en los ojos de los pequeños al abrir sus regalos y la gratitud expresada en las cartas que recibían.

—Lo siento, niños. No consigo recordar nada y todo eso de la navidad parece muy bonito pero no sé qué tiene que ver conmigo.

20. 

Los niños, el Osconano y el monstruo de armario se miraron sin decir nada. No quedaba mucho tiempo y todo lo intentaban, fracasaba. ¿Y si no conseguían que Papa Noel recordara qué era la navidad a tiempo? 

Entonces, Susanski recordó algo importante. 

—Puede que la bruja Siroco se haya llevado las cartas de Papá Noel pero no se ha llevado las mías —dijo Susanski en voz alta.

—¿Tus cartas? —preguntó Virginia.

—Sí, la tia Maria y yo nos escribíamos cartas hablando de la navidad, de lo que me gustaba verla en Nochebuena y lo bien que nos lo pasabamos —dijo Susanski—. A lo mejor le ayudan a Papá Noel. 

—¡Es muy buena idea! —dijo Joey. 

El Osconano guió de nuevo a los niños a la sección epistolar de la biblioteca. Tal como Susanski había dicho, la bruja Siroco no se había llevado sus cartas. Solo las de Papá Noel. Las de Susanski con la tia Maria seguían allí. Ahora solo tenía que llevarlas donde estaba Papa Noel. 

Los niños cuando volvieron Virginia y Margarita estaban dando saltos de alegría. 

—¿Qué pasa? —preguntaron los niños al llegar.

—¡Tenemos un hechizo para atrapar a la bruja!

Entonces sin esperar más, Margarita recitó: 

En tierras donde el misterio escribe relatos,

y el viento susurra a los locos

¡que nos ayuden hasta los gatos 

y nos traigan a la bruja Siroco!

Entonces hubo una explosion, todo se llenó de humo y olía a menta. Cuando el humo desapareció, vieron a la bruja Siroco sentada en el suelo. 

—¿Qué hago aquí? —preguntó la bruja desorientada.

—¡Aunque no lo sepas, vas a ayudarnos! —dijo Margarita Castellanos.

21.

Margarita y Virginia habían atrapado a la bruja Siroco en un círculo mágico. 

—¡Sacadme de aquí! —gritaba la bruja Siroco.

—De eso nada, —contestó Margarita— Vas a decirme que hechizo has utilizado y cómo romperlo. 

La bruja Siroco rió maliciosamente. 

—Llegáis tarde, si Papá Noel no recuerda la navidad antes de medianoche, sus recuerdos se habrán perdido para siempre.

Los niños temblaron de pensarlo, ¿qué podían hacer?

—Margarita es la bruja más poderosa del mundo —dijo Spooky.

—Sí, ella sabrá resolverlo —dijo Coqui. 

—Os equivocáis, niños —dijo la bruja Siroco disfrutando de cada palabra—. Para romper el hechizo no se puede usar la magia. 

Virginia tragó con dificultad. Aquello solo podía significar que la magia que había utilizado era muy poderosa y muy antigua. 

—Sabes que no podrás mantener el hechizo por mucho tiempo —dijo Margarita con voz firme, aunque su corazón latía con intensidad.

—¿Crees que podrás vencerme, Margarita? Mi magia es más antigua que tus cuentos de hadas —dijo sonriendo—. Además, solo necesito que dure unas horas más. Solo hasta medianoche. 

22.

Susanski no dejaba de pensar en lo que había dicho la bruja Siroco. Aquel hechizo debía romperse sin magia alguna. De hecho, los renos habían recordado con villancicos. Los elfos lo habían hecho con cuentos de las navidades pasadas. Aunque no tenía las cartas de los niños, sí tenía las suyas, las que se escribía con la tía María. 

Se acercó a Papá Noel y le dijo:
—Puede que estas cartas no estén dirigidas a ti, Papá Noel, pero creo que te pueden mostrar un poco de lo que es la navidad. 

Susanski le fue dando una a una las cartas. Algunas las escribía su tia Maria y otras las escribió ella. Hablaban de lo mucho que le gustaba que su tía acudiera en navidad, de los preparativos y de las cosas que hacían juntas. 

Papá Noel las leía con mucha atención. Se rió cuando el coche de la tia se quedó tirado en nochebuena cerca de un circo ambulante y tuvo que moverlo un elefante que viajaba en globo. También disfrutó de las aventuras en el laberinto de los martes cuando les persiguió una banda de monos aficionados al ajedrez. Cuando Susanski le contó a sus amigos que unos trompetistas adictos a los crucigramas le había robado la cena de navidad y que les habían dejado solo perritos calientes. 

Papa Noel no levantaba la vista de las cartas. 

—¿Crees que las cartas servirán? —preguntó Coqui muy bajito.

—¡Nada podrá romper el hechizo! —La carcajada de la bruja Siroco se oyó hasta en el Himalaya.

23.

Los niños esperaron y ¡hasta se desesperaron! al ver a Papa Noel leer las cartas una y otra vez. 

—¿Se las querrá aprender de memoria? —preguntó Peri.

—Es posible —dijo Susanski. 

Las miraba por un lado, por el otro, de arriba abajo y empezaba por el final para llegar al principio. Los niños le miraban asombrados. Spooky hacía rato que se había mareado de verle andar en círculos mientras leía. Joey estuvo un rato siguiendole pero por hacer algo. No creía que pudiera ayudar. Entonces Papá Noel se acercó a Susanski y le dijo:

—Muchas gracias por haberme dejado ver un poco de tus navidades. Creo que tu tía María está un poco loca.

—Es una teoría muy extendida —dijo Susanski con la sonrisa más grande que había tenido en todo el día.

—Pero estoy empezando a recordar algo…

Joey les hizo un gesto a Coqui y a Peri y se volvieron a cantar villancicos. Y esta vez con más ahínco. Margarita invocó al cuarteto de cuerda y ganchillo que hacían recitales en los cementerios locales. Cogieron el ritmo enseguida. 

—Esto me suena un poco más. 

Cormac y Spooky se lanzaron a bailar en medio de la sala de lectura como si fuera una pista de baile. Virginia trajo galletas de jengibre y chocolate caliente, eran sus favoritos. Tras beber el primer sorbo y comer la primera galleta, Papá Noel dijo:

—Ho Ho Ho.

24. 

—Ho Ho Ho —repitió Papá Noel. 

Margarita y Virginia se miraron con sorpresa. Los niños saltaron de alegría. Spooky y Joey saltaron a su vez. 

—Tenemos mucho que preparar y no nos queda mucho tiempo —dijo Papa Noel.

La noticia de que Papá Noel había recordado qué era la navidad se extendió rápidamente por la aldea del Polo Norte. Los elfos habían decorado el trineo, lo habían cargado con los sacos de juguetes y se habían asegurado de que todo estuviera listo para el reparto. La magia de la navidad era más fuerte que nunca.

La bruja Siroco maldecía y protestaba. Como Virginia y Margarita estaban más pendientes de Papá Noel que de ninguna otra cosa, la bruja Siroco había aprovechado para liberarse. 

—Ya es muy tarde, Papá Noel. No te va a dar tiempo. 

—Ya está todo listo, pero antes de irme quiero darte algo —Papá Noel se acercó donde estaba la bruja Siroco y le dio un paquete envuelto con una lazo rojo muy grande.

—¿Qué es esto? —preguntó con desdén.

—¿Qué va a ser? Tu regalo de navidad. 

La bruja Siroco lo cogió y salió volando por la ventana. Los niños le miraban sin saber qué decir. 

—Pensaba que Santa solo traía regalos a los niños buenos —dijo Cormac.

—En navidad, pequeño Cormac, todos nos merecemos una segunda oportunidad. —Se giró a Virginia y a Margarita—. Muchas gracias por vuestra ayuda pero ahora he de irme y vosotros, niños teneis que estar en la cama antes de que pase por vuestras casas. 

Los niños dieron un respingo. 

—¡Es verdad! Vamos, Spooky llévanos a casa. 

25. 

Desde los cuentos de Susanski, os deseamos Feliz Navidad. ¡Que la magia de la Navidad dure todo el año! 🎄🎁


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