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12. Estrellas fugaces

Spooky había llegado a casa de Susanski a través del armario esperando que a esa hora ya hubiera llegado del colegio. Tenía algo muy importante que contarle y estaba muy preocupado. Había sucedido una catástrofe catastrófica y no sabía a quién acudir. Susanski y sus amigos, Peri y Coqui estaban viendo una película esperando a su amiga María. Pensaban ir al parque a jugar.


—Susanski, ha ocurrido una desgracia desgraciadísima, una catástrofe catastrófica, un cataclismo, una hecatombe.


Spooky hablaba sin parar y hasta casi, sin respirar. Los niños miraban perplejos al monstruo de armario. Nunca le habían visto así y tampoco sabían qué significaba la mitad de las palabras que había utilizado.


—Spooky, cálmate y dinos qué ha pasado —dijo Susanski.
—Alguien ha liberado todas las estrellas fugaces del yacimiento y ya no queda ninguna.
—¿No se pueden volver a recoger? —preguntó Peri.
—No, las estrellas fugaces una vez que se liberan, conceden los deseos de las personas que las ven y caen a la tierra en forma de fósiles de sueños cumplidos.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó María mientras los demás trataban de calmar a Spooky.
—Tenemos que ir al plano de Spooky y hablar con los Osconanos. Ellos sabrán qué podemos hacer —concluyó Susanski.


Los niños entraron en el armario y viajaron hasta la biblioteca de los Osconanos. Hoy todos los personajes estaban muy ocupados forrando los libros para la vuelta al cole. Virginia y Joey estaban en el mostrador repartiendo celo, tijeras y forro a los que habían llegado tarde.


—Hey, ¡chiquis! ¿Qué hacéis por aquí? ¿Venís a forrar libros? —preguntó Joey.
—No, Joey, venimos porque alguien ha liberado todas las estrellas fugaces —explicó Susanski.
—Eso es una desgracia —intervino Virginia—. El mundo se quedará más triste.
—Tenemos que hacer algo —exclamó Coqui.
—Me temo, niños, que ya no se puede hacer nada —dijo Virginia con una pena infinita—. Para evitarlo tendríamos que volver atrás en el tiempo.
—¡Ya lo tengo! —exclamó Susanski—. El doctor Christian von Mezger tenía una bicicleta para viajar al pasado. Podemos pedírsela y viajar unos días atrás.


Los niños acudieron a la casa-cafetera del viejo inventor. María, que no conocía a von Mezger, no podía creerlo. El inventor vivía en una cafetera como la de la casa de sus abuelos. Era una casa con paredes de hojalata y una puerta pequeña, pero por dentro parecía un palacio. Cuando el inventor les dejó entrar, María no podía dejar de mirar al robot que tenía de mayordomo. Era pequeño con dos antenas y patines en los pies.


—Señor von Mezger —empezó Spooky.
—Llamadme Christian —interrumpió el inventor—. Eso de señor es muy serio.
—Christian, tenemos un problema —intervino Susanski que estaba muy acostumbrada a resolver casos imposibles.
—¿De qué se trata?
—Han liberado a todas las estrellas fugaces y tenemos que impedirlo —explicó la niña.
—¡Sí! —gritó Peri con entusiasmo—. Necesitamos su bicicleta para ir dos días al pasado.
—Pero puede ser peligroso —dijo el inventor—. Podéis encontraros con la señorita Paradoja Time.
—¿Quién es la señorita Paradoja Time? —preguntó María.
—Es la encargada de la logística y sucesión de eventos. Si os ve puede llevaros a los días grises donde os toca repetir los días una y otra vez. Es muy estricta con los procedimientos.
Los niños se abrazaron muy asustados. Se enfrentaban con el poder de la burocracia y los procedimientos eternos.
—Pero no podemos rendirnos ahora. ¡Tenemos que intentarlo! — Susanski estaba decidida a no perder las estrellas fugaces.


Christian les mostró una foto de Paradoja Time y les pidió que tuvieran mucho cuidado. Solo había una bicicleta, pero subió a los 4 niños, al Osconano y al monstruo de armario en el armazón de metal. Había añadido seis asientos más y parecía la bicicleta más larga que habían visto jamás. Ahora tenían que pedalear 48 veces. Una por cada hora que querían retroceder y allí cuando quisieran volver tenían que hacer lo mismo, pero marcha atrás.


Viajar al pasado era como rebobinar una película con la imagen en pantalla. Veían a la gente ir hacia atrás, salir del trabajo, no tomar el desayuno, meterse en la cama y dormir. Cuando llegaron al pasado buscaron el yacimiento de las estrellas fugaces.


—Spooky, Joey, ¿dónde está el yacimiento? —preguntó Susanski.
—Está a las afueras del plano —explicó Joey—. En el punto de encuentro de todos los planos para que todos podamos tener estrellas fugaces.


No estaba muy lejos y cuando por fin lo vieron, no podían creer lo bonito que era. Tenía mil colores y algunos más. Las estrellas brillaban, pero a la vez tenían música. El yacimiento era de cristal, muy suave y cálido. Cuando se acercaron vieron a un grupo de niños a punto de lanzar todas las estrellas.


—¡Alto! No podéis lanzar las estrellas. Nos quedaremos sin ninguna —dijo Susanski enfadada.
—¿Quiénes sois? —preguntaron los niños.


Cada uno gritó su nombre y cruzaron los brazos con gesto serio. Nadie les iba a frenar. Habían ido muy lejos para que se salieran con la suya.


—¿Quiénes sois vosotros? —preguntó Coqui a su vez.
—Somos aprendices de domadores de estrellas y estamos haciendo las prácticas —dijo uno de ellos con un aro en la mano.
—Hemos venido del futuro para ver por qué habéis liberado todas las estrellas —dijo Coqui.
—¿Sí? ¡Del futuro! Cómo mola —dijo un aprendiz que llevaba un sombrero de copa muy largo.
—Bueno, venimos del futuro, de hace dos días —explicó Peri.
—Sí, un futuro de casi de andar por casa —añadió Joey.
—No queremos liberarlas, solo hemos venido a practicar porque mañana tenemos el examen —dijo uno de los niños.
—Entonces, tened cuidado con lo que hacéis, ¿vale? Nada de líos —dijo Joey.
—Es mejor que volvamos antes de que nos encontremos con la señorita Paradoja Time —dijo Susanski cuando le prometieron que las contarían antes de volver a casa para comprobar que todas las estrellas estaban en su sitio.


Los niños fueron de vuelta a recoger la bicicleta. Tenía que volver al futuro y pronto. Tenían miedo de encontrarse con la señorita Paradoja Time y fueron corriendo la mayor parte del camino. Encontraron la bici sin problemas y cuando estaban todos montados contaron 48 para no pedalear de más. Christian von Mezger estaba esperándolos con la merienda preparada y con Virginia a su lado.


—Chicos, acabo de comprobar que todas las estrellas están en su sitio.
—¡Bien! –corearon los niños.
Virginia los acompañó con Spooky a casa de Susanski.
—Tenéis que sentiros muy orgullosos. Ahora el mundo tiene más luz y deseos por cumplir.


Para María, aquel viaje había sido super emocionante. Era la segunda vez que viaja con Spooky a su plano y ya le había dicho a Susanski que estaba deseando volver.


—No te creas que todos los días son así —dijo Peri—, hay días más aburridos.
—¿En serio? —preguntó Maria
—No les hagas caso, M —intervino Joey—, te están tomando el pelo. El monstruo de armario no hay día que no líe alguna.


Joey le guiñó un ojo a Spooky y todos los niños se echaron a reír.


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