13. El amigo de Joey y su reno constipado
La mamá de Susanski siempre le decía que el día de Nochebuena era un día de locos. Todo podía pasar. Si iban a coger el coche, seguro que se le pinchaba una rueda o ¡hasta dos! Si iban a salir de paseo, podrían perderse. Era un día especial y más valía estar preparada. Por eso, no se sorprendió cuando oyó un ruido en el armario, debía de ser Spooky y así fue:
—¡Tenemos un problema y es de los grandes! —gritó Spooky mientras corría por toda la habitación.
En el mismo instante Susanski oyó a su madre hablando con alguien. Eran las mamás de Coqui y Peri, al parecer ambas tenían que ocuparse de compras de última hora para la cena. Le habían pedido que si los niños se podían quedar en casa con ellas. Los niños fueron corriendo a la habitación de Susanski y la encontraron subida a la cama mientras Spooky estaba tirado en el suelo resoplando.
—¿Spooky? ¿Pasa algo? —preguntó Coqui mientras se sentaba a su lado. Peri se acomodó en la cama al lado de Susanski.
—Tenemos un problema grande. ¡No! ¡Gigante! ¡No, supergigante!
—¿Sabes de qué se trata? —le preguntaron a la niña.
—No, aún no he conseguido que me diga de qué se trata.
Al rato, los niños y el monstruo de armario se dieron cuenta que en la cama había otro niño al que no conocían, era alto, de ojos oscuros y pelo castaño claro. Los miraba con una sonrisa contagiosa.
—Os presento a mi primo Cormac —dijo Susanski —Ha venido a pasar las navidades en Madrid.
—Hola —saludó Peri.
—Tu primo tiene un nombre raro —dijo Coqui.
—¡Claro! Es que es irlandés —contestó Susanski.
Cormac saludó a los niños con un “hello” y preguntó a Spooky:
—¿Qué problema es ese tan gigante?
—Es que no sé si puedo decíroslo —dudó Spooky.
—Pues si no nos lo dices no sé cómo te vamos a poder ayudar —dijo Coqui y se encogió de hombros.
—Es que —empezó a decir Spooky— es un amigo de Joey y tiene un problema.
—Si es amigo de Joey y tiene un problema a lo mejor deberíamos ir a la biblioteca del Osconanos —dijo Susanski.
—¿Qué es eso de Osconanos? ¿Vamos a ir a una biblioteca ahora? —preguntó Cormac intrigado.
—Primo, esto te va a encantar —dijo Susanski— Spooky vive en un mundo en el que se viaja en armario y hemos hecho muchos amigos en la biblioteca. Los bibliotecarios son unos seres que se llaman Osconanos.
—Joey está como una cabra —dijo Coqui.
—Si vuestro amigo está en problemas, yo quiero ayudar —dijo el pequeño irlandés.
Los niños y el monstruo entraron en el armario de Susanski, y en un periquete llegaron a la biblioteca de los Osconanos.
Al entrar se encontraron con Virginia tratando de contactar con Margarita Castellanos.
—Cuando recibas este mensaje, por favor, ven a verme, tenemos un gran problema.
Susanski miró a sus amigos con cara de seriedad nunca había visto a Virginia tan preocupada. Aquello debía ser muy serio. Cuando colgó el teléfono, Virginia miró los niños y les dijo:
—No sabéis lo mucho que me alegro de veros. Toda la ayuda que podamos reunir es poca.
—Spooky no nos ha contado mucho —dijo Susanski— pero nos dijo que era importante.
Virginia sonrió y en ese momento vieron a Joey acercarse por el pasillo dónde se encontraban los libros de comida para miércoles con prisas.
—Hola pequeños ¿qué hacéis por aquí? —saludó el Osconano.
—Spooky nos ha dicho que necesitas nuestra ayuda —dijo Peri.
—Tenemos un lío de los gordos pero no sé si podréis ayudarnos.
—Haremos lo que podamos —dijo Susanski.
Entonces del mismo pasillo donde se habían encontrado con Joey vieron una silueta acercarse. Era un hombre grande, corpulento, vestido de rojo, con botas negras y gorro rojo acabado en un pompón blanco.
—Jo, Jo, Jo —exclamó el amigo de Joey.
Peri tiró del brazo a Susanski y le susurró al oído «Es Papá Noel». Coqui tiró del otro brazo y le dijo al oído «sí, sí, es Papá Noel». Cormac al verlo, dijo en voz alta
—Oh, ¡es Santa Claus!
El amigo de Joey al verlos exclamó:
—Joey, son niños. No deberían verme. Hoy es Nochebuena.
—No pasa nada, son colegas —explicó Joey.
—Hemos venido a ayudarte —dijo Susanski.
—Entonces no queda otro remedio.
Joey le contó a Susanski y a sus amigos que el reno principal del trineo de Papá Noel, Rudolf había cogido un catarro y tenía la nariz congestionada. Ya no era roja y luminosa. Era de un rojo muy apagado.
—Pero si la nariz de Rudolf no brilla, ¿cómo se va a guiar Santa para saber dónde entregar los juguetes? —preguntó Cormac.
—Ese es el problema chiqui, no sabemos cómo iluminar el trineo para que no se pierda.
—Es un verdadero problema —dijo Coqui.
—Hemos oído que Virginia ha llamado a Margarita, y si alguien sabe cómo arreglar estas cosas, es Margarita —dijo Susanski.
—Tendremos que esperar a que venga y ver que nos cuenta —concluyó Joey.
Margarita Castellanos llegó a la biblioteca acompañada de su dragón enano Slayer. Se acercó a Virginia y esta le acompañó a reunirse con los niños, el monstruo de armario y Papá Noel.
—He venido, lo antes que he podido —dijo Margarita— ¿Dónde está el reno congestionado?
—Está en la parte de atrás de la biblioteca —dijo Virginia.
Los niños iban detrás de los Osconanos y de Papá Noel sin atreverse a decir nada. ¡Iban a ver a los renos! Cuando salieron por la puerta trasera de la biblioteca vieron nueve renos casi en un círculo y dentro del mismo, se encontraba el pobre Rudolf. Le habían puesto un poco de heno para que se sentara y pudiera descansar. No paraba de estornudar. Cada vez que lo hacía, sonaba un villancico, Jingle Bells.
Margarita se acercó al reno y examinó su pobre nariz apagada. Le tomó la temperatura, le tocó la frente, le miró una oreja y se giró hacia los allí presentes.
—Tengo buenas y malas noticias.
—Dime las buenas primero —dijo Joey.
—Tengo un remedio para esa congestión.
—Esas son muy buenas noticias —dijo Coqui casi daba saltos al oírlo.
—Y ahora cuéntanos las malas —dijo Papá Noel.
—El remedio tarda unas horas en hacer efecto. Me temo que su nariz no brillará hasta ya entrada la madrugada —dijo Margarita.
Los niños, el monstruo de armario y los Osconanos se miraron preocupados. Aquella no era una noche para tener tanto retraso. Margarita al verles las caras continúo diciendo.
—Lo sé, lo sé. Mi remedio ayuda, pero necesita tiempo.
—Al menos sabemos que podré hacer el viaje de vuelta sin ningún problema —dijo Papá Noel—. Ahora solo tenemos que iluminar el trineo.
Margarita se retiró a preparar el remedio para Rudolf mientras que los niños y el monstruo de armario seguían a Joey y a Papá Noel.
Los niños pensaban en todas las maneras que podían iluminar un trineo.
—Podrían llevar un montón de luciérnagas —exclamó Coqui.
—Las pobres saldrían volando a la velocidad que llevan los renos —contestó Papá Noel.
—¿Y si las metemos en un bote de cristal? —continuó Coqui.
—Se asfixiarían —dijo Susanski.
—Podrían llevar una linterna gigante —sugirió el pequeño Cormac.
—¿Y de dónde vamos a sacar una linterna gigante? —preguntó Peri.
—A lo mejor una linterna gigante no, pero muchas pequeñas… —continuó Susanski.
—Pero, ¿no se acabarán las pilas antes de que haga el efecto el remedio de Margarita? —preguntó Spooky.
—Mi madre tiene una linterna que se recarga dándole a una manivela —dijo Cormac.
—Eso sí que es una buena idea —exclamó Joey—. ¿Qué opinas Noel? ¿Crees que funcionaría?
—Es la mejor idea que hemos tenido en todo el día.
Los niños se alegraron muchísimo y entraron de nuevo a la biblioteca a ver si encontraban linternas. Virginia los seguía tras dejar a Margarita con el reno enfermo. Buscaban en todos los rincones, abrían cajones, cerraban armarios, miraban dentro de las cajas del sótano, hasta revisaron todas las estanterías de la sección de libros imposibles y libros por escribir.
—Nada, no hemos encontrado ninguna—dijo Spooky desanimado.
—No tenemos suficientes linternas y las que hay, no tienen pilas —dijo Virginia.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó Coqui.
—A lo mejor deberíais hablar con Christian.
A Susanski se le iluminó la cara, sabía que, si había alguien capaz de solucionar este lío, era el inventor Christian von Mezger.
—¡Tenemos que ir a su casa! Seguro que nos ayuda.
Coqui y Peri salieron disparados hacia la puerta. Coqui llevaba de la mano a Spooky que iba casi volando. Susanski cogió de la mano a Cormac y le dijo:
—Vamos a la casa de Christian. Te va a encantar. Tiene un robot que va por la casa sobre patines.
—¡Amazing! —dijo Cormac.
Joey fue detrás de los niños. No quería dejarles solos. Les alcanzó cuando se veía a los lejos la casa-cafetera de Christian. Coqui, no esperó a los demás y cuando se acercó a la puerta llamó sin pensarlo dos veces. A la vez, gritó:
—Christian, Christian. Necesitamos uno de sus inventos. — La voz del niño resonaba por todo el valle hasta el estanque, donde había un par de dragones de papel y alzaron el vuelo a ver de dónde venía semejante alboroto.
Christian sacó la cabeza por la puerta y al ver a los niños, les dejó pasar.
—¿Qué sucede? ¿Ha pasado algo? —le preguntó a Coqui porque Spooky apenas podía respirar de la carrera final.
—No te lo vas a creer, pero Joey es amigo de Papá Noel. Pero tiene un problema.
—¿Joey tiene un problema?
—No, Papá Noel.
—¿Ves? Le estás haciendo un lío. —dijo Susanski.
—¿Quién es ese Papá Noel? —preguntó el inventor mientras trataba de entender todo lo que Coqui le estaba explicando.
—Es un colega que siempre viste de rojo —explicó Joey al alcanzar a los niños.
—Lleva juguetes a los niños —añadió Peri.
—Pero solo a los que son buenos. —Interrumpió Cormac.
—Pero, ¿qué problema tiene?
—Tiene un reno enfermo y no puede iluminar el trineo.
Christian se rascaba la cabeza, pero cuando más oía no entendía nada.
—Soy inventor, no doctor de renos. —Se preocupaba por momentos. No sabía qué podía hacer.
—Creo que debemos empezar por el principio —dijo Susanski—. Hemos venido porque necesitamos una linterna que dure mucho tiempo en funcionamiento.
—¡Ah! En eso sí que puedo ayudaros. —Respiró aliviado. Por un momento, pensaba que tenía que hacer sopa de pollo para curar a un reno y no sabía si podría darle sopa con una cuchara.
Joey le explicó al inventor que Papá Noel viaja en un trineo tirado por diez renos por todo el mundo repartiendo juguetes. Rudolph era el que les guiaba con su nariz roja pero como estaba constipado, necesitaban una manera de guiar el trineo.
—Habíamos pensando en frasco gigante de cristal con muchas luciérnagas, pero no creo que puedan respirar dentro —explicó Coqui.
—La madre de Cormac tiene una linterna que se carga dándole vueltas a una manivela —añadió Peri.
—Queríamos que nos ayudaras a crear algo parecido —concluyó Susanski.
Christian empezó a andar en círculos, luego se paraba y se rascaba la barbilla, seguí andando y luego se rascaba la cabeza. Coqui y Peri le seguían en sus círculos y poco a poco se puedo apuntando Cormac, Spooky, y hasta Joey. Susanski los miraba andar en círculos y pararse cuando lo había el inventor. Contó quince vueltas enteras cuando Christian gritó:
—¡Eureka! Creo que ya sé cómo podemos hacerlo. —Se giró a todos los allí presentes y les dijo— Voy a necesitar vuestra ayuda.
Christian llamó a su robot y le dictó una lista de ingredientes para su linterna para trineos con renos constipados. La lista era muy larga y variada. Coqui cruzó los dedos y deseaba que tuvieran todos y cada uno de ellos.
—Ahora mismo los traigo.
Finalmente los dispuso en el laboratorio del inventor y Christian fue repartiendo todos y cada uno a los niños, al Osconano y al monstruo de armario con las siguientes instrucciones:
—Peri, tú vas a ser el primero. Ponte aquí y agita esta cometa. Cuando te avise, tienes que gritar “Centellas”.
—Coqui, ven aquí. Ahora tienes que saltar a la pata coja y agitar estas maracas. Cuando oigas a tu amigo decir centellas, debes añadir: “Y un huevo”.
—Cormac, tú debes encender y apagar esta linterna. Cuando oigas a tu amigo Coqui, debes decir “luces de colores”.
—Spooky, a ti te tocar correr alrededor de nosotros con esta cinta de raso verde.
—¿No tengo que decir nada? —preguntó Spooky.
—Solo cuando te lo diga, entonces tendrás que decir “todas juntas”.
Miró a los que quedaban y les hizo un gesto a Susanski y a Joey.
—Vosotros tenéis que abrir este farol y cerrarlo cuando os diga. Es muy pesado.
Susanski se puso a un lado y Joey al otro. Como el farol era muy pesado, tal y como había dicho el inventor, Joey sujetaba la base y ella se encargaría de cerrar la tapa. Christian se subió una bicicleta que tenía dos cables conectados a un farol.
—¡Empecemos! —animó a los niños.
Peri gritaba centellas, Coqui y un huevo, Cormac, luces de colores mientras Spooky corría dando vueltas con la cinta. Christian pedaleaba cada vez más rápido y los animaba:
—Seguid así, ya está casi.
Spooky seguía corriendo. A Peri le dolían los brazos de agitar la cometa. Coqui saltaba a la pata coja y Cormac encendía y apagaba la linterna hasta que de repente oyeron al inventor gritar:
—Esta vuelta ya es la última. ¡Vamos!
—Centellas —gritó Peri
—Y un huevo —dijo Coqui
—Luces de colores —añadió Cormac.
—¡Ahora Spooky! Es un turno.
—Todas juntas —dijo el monstruo de armario casi jadeando.
—¡Susanski, cierra la tapa del farol!
La niña tuvo que hacer mucha fuerza para cerrarla, pero lo habían conseguido. El farol estaba terminado. Spooky dejó de correr y se cayó de culo. Coqui que no podía saltar más se sentó en el suelo. Peri dejó la cometa a su lado con mucho cuidado. Todos miraron a Christian que se bajó de la bicicleta.
—Este farol está conectado a esta bicicleta. Tiene batería para bastante tiempo.
—¿Durará para toda la noche?
—No estoy seguro casi es mejor llevar la bicicleta a la biblioteca y pedalear por turnos.
Spooky desanimado dijo:
—Pero, no podremos quedarnos toda la noche en la biblioteca… ¿Qué podemos hacer?
—No pasa nada, Spook. En la biblioteca, los Osconanos nos quedamos la noche de Nochebuena leyendo cuentos a los personajes de los libros que no se han prestado. Somos muchísimos y podemos pedalear por turnos.
—¡Sí! —gritaron los niños.
Christian siguió a los niños hasta la biblioteca. Para llevar la bicicleta estática, se llevó su grúa para mudanzas a deshoras. Era un vehículo azul turquesa con forma de esfera y en la parte de arriba salía el brazo de la grúa que llevaba la bicicleta enganchada.
Dejaron la bicicleta en la sala de lecturas y Virginia organizó una lista para que todos los personajes se apuntaran.
—No sabía que había tantos personajes —dijo Cormac.
—Hay muchísimos, tantos que el farol no se quedará sin luz —dijo Susanski.
Papá Noel se acercó a los niños y al monstruo de armario.
—Niños, muchísimas gracias por vuestra ayuda. Si no hubiera sido por vosotros, no creo que hubiéramos podido salir antes de que Rudolf se recuperara.
—¡Bien! —corearon los niños.
—Ahora tenéis que volver a casa, pero no podéis decirle a nadie que me habéis visto. ¿De acuerdo?
Los niños le dijeron que no se contarían a nadie. Antes de que Spooky dijera nada, Cormac echó a correr y abrazó a Papá Noel.
—Buenas noches, Santa Claus —dijo el niño al despegarse del abrazo.
Coqui y Peri tras mirarse un segundo abrazaron a Papá Noel también. Luego fue Susanski.
—Muchas gracias, Papá Noel —dijo la niña.
Spooky se quedó sin saber qué hacer, quería acercarse a Papá Noel, pero no se atrevía. Joey se acercó por detrás y le empujó.
—Vamos, Spook, abraza tú también al de rojo.
Papá Noel se rio mientras abría los brazos para abrazar al monstruo de armario.
Spooky llevó a los niños de vuelta a casa justo antes de que llegarán las mamás de Coqui y Peri. Aquello había sido por los pelos. Spooky se despidió de los niños y Cormac, antes de que se fuera, le dio un abrazo muy fuerte y le dijo:
—Eres mi monstruo de armario favorito.
Spooky no supo qué decir, pero se fue a su casa sin dejar de sonreír. La mamá de Susanski les pidió a Cormac y a ella que le ayudaran a poner la mesa mientras sonaban los villancicos.
—¿Os lo habéis pasado bien con Coqui y Peri? —preguntó.
Los niños se miraron cómplices y Susanski dijo:
—No ha estado mal, ¿verdad, Cormac?