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6. La fábrica de chocolate

El curso había terminado, Susanski y sus amigos tenían por delante todo el verano para jugar y divertirse. Habían soñado con las vacaciones desde Semana Santa. Estaban muy contentos, aunque también había días en los que no sabían qué hacer y se aburrían un poco. Una de esas tardes, Peri dijo en voz alta.

—Jopetas, no me apetece hacer nada. No se me ocurre qué podemos hacer. Estoy aburrido.

—Yo también —añadió Coqui.

—He tenido una idea —dijo Susanski—. ¿Por qué no vamos a la biblioteca de los Osconanos? Podríamos sacar algún libro o dar un paseo por allí.

A todos les pareció una idea genial y llamaron a Spooky para que los llevara a la biblioteca. Era un sábado por la tarde y parecía que todo el mundo había pensado lo mismo: estaba abarrotada de gente. Cuando Spooky vio a Joey le preguntó:

—¿Qué es lo que pasa hoy? Estáis más llenos que nunca.

—Ya ves —Joey se encogió de hombros con languidez y continuó diciendo—. Se trata de Thomas Mocca. No quiere leer su libro.

—¿Quién es Thomas Mocca? —preguntaron los tres niños a Spooky.

—Es el dueño de la mayor fábrica de chocolate del mundo.

A los niños, al imaginarse una fábrica donde todo era de chocolate, se les hizo la boca agua. Spooky les contó que el excéntrico Thomas era el personaje principal del cuento “Las aventuras en la fábrica de chocolate” escrito por Willy Dahl.

—¡Anda! —exclamó Susanski—. Es uno de los libros favoritos de la tía María.

—Si queréis os presento al señor Mocca, pero os advierto que es un poco raro.

A los niños les intrigaba muchísimo y se preguntaban cómo sería el dueño de una fábrica así. Cuando Spooky lo mencionó, le pidieron que se lo presentara. Querían conocer a semejante personaje. Era alto, vestido exquisitamente con un traje de terciopelo morado y un sombrero de copa negro. Llevaba el pelo demasiado largo y los rizos eran indomables. Además, llevaba una pajarita. Le acompañaban unos hombrecillos pequeños y vivarachos que cantaban y bailaban a su paso.

—¿Quiénes son? —susurró Peri.

—¿No sabes quiénes somos? —Se acercó uno de ellos, y los otros cinco se le unieron cantando.

«Ondant Fondant Ondant di di. Somos muchos, somos mil. Ondant Fondant Ondant ven ven. Para conocernos, escúchanos bien».

Los hombrecillos de pelo verde y cejas blancas se arremolinaron alrededor de los niños.

—¡Quietos! —gritó Virginia, la bibliotecaria jefa—. No atosiguéis a los críos. Es la primera vez que vienen a sacar libros aquí.

—Queríamos llevarnos “Las aventuras en la fábrica de chocolate” —dijo Susanski.

Entonces el trajeado señor Mocca se acercó con su bastón y le dijo:

—No estoy para cuentos, niña. Ha ocurrido una desgracia en mi fábrica.

—¿Qué ha pasado? —preguntaron al unísono.

—El chocolate se ha congelado y las máquinas se han roto.

«Ondant Fondant Ondant di di. Ya no hay chocolate aquí. Ondant Fondant Ondant da da. La fábrica ha de cerrar».

Thomas Mocca y los Fondant Friends los llevaron a la fábrica. Aquello era un paraíso de chocolate, pero no se podía comer porque estaba congelado. Los lagos de chocolate eran duros como una piedra. Las flores de chocolate se rompían si se tocaban. El señor Mocca estaba desesperado.

—¿Qué es lo que ha pasado? —Los niños no podían creer que fuera a cerrar la fábrica y el mundo se quedara sin chocolate. Era una desgracia.

—No lo sé —dijo Thomas triste y abatido.

«Ondant Fondant Ondant do do. Cuando ella vino, todo se heló. Ondant Fondant Ondant da da. Sin chocolate, todos a llorar».

—¿Quién vino a helar el chocolate? —preguntó Susanski a uno de los Fondant Friends.

—Es la chica nueva.

Los tres niños acompañaron al Fondant Friends a través de la jungla de azúcar y caramelo. Atravesaron las lianas de chicle, con mucho cuidado de no quedarse pegados, y llegaron al lago de chocolate. Allí vieron a una niña de pelo blanco y ojos azules. Vestía de blanco y parecía de cristal. Estaba llorando muy triste a la orilla del lago.

—Hola —saludó Susanski—. Soy Susanski y estos son mis amigos, Peri y Coqui.

—¿Por qué lloras? —preguntó Coqui.

—Porque todo lo que toco se congela. —Era verdad. Hasta sus lágrimas se congelaban al rodar por las mejillas.

—¿Y cómo lo haces? —preguntó Peri.

—Viene de familia. Soy la hija de la Bruja del Frío. Me llamo Kylma.

Kylma estaba muy triste porque quería trabajar con el señor Mocca. Era lo que más ilusión le hacía, pero todo iba de mal en peor. Era un desastre. Entonces a Susanski le brillaron los ojos y dijo:

—Ven conmigo, Kylma, vamos a hablar con Thomas Mocca. Creo que tengo una buena idea.

El señor Mocca daba vueltas por el despacho. Andaba por el suelo, subía por las paredes, caminaba por el techo y volvía a bajar. Así una vez y otra más. Cuando entraron en el despacho, el señor Mocca estaba al lado de la lámpara.

—Señor Mocca, creo que sé qué podemos hacer para volver a poner la fábrica en funcionamiento.

El señor Mocca dejó la lámpara en paz y bajó a sentarse en su mesa. Escuchó atentamente mientras Susanski le explicaba que Kylma había congelado la fábrica sin proponérselo, pero con un poco de calefacción, todo volvería a su ser.

—¿Y qué hago con la niña del frío? —preguntó a bote pronto.

—Muy fácil. Ella puede fabricar los helados.

—Eso sería genial porque no tengo helados. ¡Cómo no se me había ocurrido antes! —Thomas se alegró con la nueva línea de negocio. Su mente empezó a idear numerosos sabores y nombres para cada uno de ellos.

—Muchas gracias, Susanski —dijo Kylma mientras le daba un abrazo muy fuerte (sin tocarla con las manos, claro)—. Me siento mucho más animada ahora.

Los Fondant Friends se pusieron manos a la obra con la fábrica recién descongelada mientras cantaban:

«Ondant Fondant Ondant di di. Thomas Mocca vuelve a reír. Ondant Fondant Ondant da da. Mil helados vamos a fabricar».

El Señor Mocca llevó a los niños de vuelta a la biblioteca, pero antes les dejó probar sus nuevas chocolatinas de pegatina dorada. Era un producto muy especial porque sabía a todo lo que te imaginaras mientras lo comías.

—Jo, podríais haber traído una chocolatina para mí —se quejó Spooky mientras los llevaba a casa.

—¿Quién te ha dicho que no lo hemos hecho? —Susanski le dio la que tenía guardada en el bolsillo. ¡Claro que se había acordado! Al fin y al cabo, era su monstruo de armario favorito.

—Al final no hemos sacado ningún libro —se quejó Coqui.

—Entonces tendremos que ir otro día.

Los tres niños se rieron muy contentos. Les encantaba el mundo de Spooky y la biblioteca de los Osconanos. No necesitaban muchos motivos para ir a visitarles.   


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