19. Pulgarcito
Era un día de verano, de esos en los que el calor no da tregua en Madrid y Susanski sabía que en la biblioteca de los Osconanos iban a recibir nuevos libros y era una fantástica ocasión para ir a visitarlos. Susanski avisó a sus amigos y Spooky los llevó raudo y veloz. Cuando llegaron, vieron mucha gente de un lado a otro, algunos llevaban trajes en los brazos, otros un papel del que trataban de memorizar un texto y de vez en cuando veían a algún despistado con carteles y pancartas.
—Hola, niños, Spooky no me sabía que ibais a venir —saludó Virginia empujando un carrito con muchos libros.
—No teníamos nada que hacer y hemos venido a ver qué libros nuevos tenéis —explicó Coqui.
—Habéis venido en un buen momento, tenemos muchas cosas nuevas. Ahora os las enseño.
—¿Dónde está Joey? —preguntó Susanski mientras sus amigos miraban los nuevos títulos de Virginia.
—Está con la obra de teatro.
Virginia les contó que cuando llega el solsticio de verano, es decir cuando es el día más largo del año, hacían una obra de teatro y a partir de entonces, la repiten cada semana.
—Ver siempre la misma obra debe ser un rollo… —dijo Peri.
—No te creas, cada semana cambian los actores y eligen un director. El director de esta semana es Joey y está haciendo su versión. Por ahora ya ha metido rock, una batería y algunos robots. Creo que va a ser una versión muy diferente de la original.
—¿Y cómo se llama la obra? —preguntó Susanski intrigada.
—La obra de este año es Pulgarcito.
—¡Mi madre me contó ese cuento y no había robots! —dijo Coqui.
—¡Puede, pero la mía tendrá robots!
Los niños saludaron a Joey y este les mostró los decorados y el vestuario. Aquella obra parecía una mezcla un poco extraña pero el Osconano parecía muy satisfecho con la idea.
—Lo malo es que no encontramos a Pulgarcito.
—Tendremos que buscar por toda la biblioteca —exclamó Spooky.
—Ya hemos registrado las plantas de arriba y nada. El pequeñajo se ha escondido, pero bien.
—A lo mejor ha ido a buscar algún libro que le ayude con la obra —dijo Susanski.
A todos les pareció una buena idea y fueron derechos a la sección de teatro. Estaba en la tercera planta, al lado de poesía junto a los manuales de interjecciones y exabruptos para principiantes.
—Mirad hay algo en el suelo —gritó Peri.
—Parecen letras —añadió Coqui
—Siguen por aquí —dijo Susanski.
Los tres niños y Joey fueron recogiendo letras que había en el suelo. Pensaba que Pulgarcito, con ese afán que tenía de dejar su rastro allá donde iba, las había dejado caer del guión que estaba estudiando. Subieron dos pisos y bajaron tres. Dieron media vuelta y entraron en la sección de cocina a la pata coja. Allí dieron tres palmadas, pero el rastro desapareció. No había nada en el suelo. Ni una mísera vocal que les indicara el camino.
—¡Jo! No vamos a encontrar a pulgarcito —dijo Spooky desanimado.
—Bueno, bueno, que no cunda la calma —dijo Joey.
—Será el pánico —añadió Peri un poco confuso.
—Peri, el pánico cunde lo queramos o no —contestó Joey—. Creo que lo hemos hecho un poco mal desde el principio. Cuando algo se pierde en la biblioteca Virginia siempre me dice que vaya a objetos perdidos y es allí donde se encuentra todo.
Se dirigieron a dicha sección. Estaba en el sótano. El Osconano que se encargada era muy, muy viejo y sabía muchas cosas. Se llamaba Blake y estaba arrugado como una pasa.
—Hola, Joey, ¿qué haces aquí? ¿Has perdido algo?
—Se trata de Pulgarcito, no sabemos dónde está.
El viejo Osconano buscó entre las estanterías, debajo de la mesa y detrás de un libro. Entonces, con una sonrisa de oreja a oreja, le dijo:
—Aquí tienes a tu pequeño actor —Joey tendió la mano y Blake dejó a Pulgarcito con mucho cuidado.
—Pequeño bribón, nos has tenido de baile por media biblioteca. —Pulgarcito sonrió mientras se sentaba en la palma del Osconano.
—Buscaba un libro para aprender mejor el diálogo, pero me perdí. Como todo esto es tan grande…
Cuando se iban a ir, Blake le preguntó:
—¿No me vas a presentar a tus amigos?
Joey se dio cuenta de que no lo había hecho y eso era de mala educación. Le presentó a Susanski, a Peri, a Coqui y a Spooky. Susanski pidió permiso para mirar todo lo que tenía en aquel pequeño almacén. Blake le mostró encantado todo lo que había recibido a lo largo de los años. Había un poco de todo, desde cuadernos, un montón de lápices hasta una estantería llena de cajas.
—¿Qué son todas esas cajas? ¿Qué hay dentro? —preguntó Susanski.
—Son cosas que pierde la gente y no se dan cuenta. Algunas de ellas están llenas de recuerdos, en otras hay sueños y en las de allí, hasta puedes encontrar alguna que otra esperanza.
—¿Nadie viene a recogerlos? —preguntó Peri.
—No. Cuando un adulto pierde un sueño o una esperanza, se vuelve un poco más gris pero no se da cuenta. Solo los niños lo hacen.
—¿Qué haces con las cosas que nadie reclama? —preguntó Susanski.
—Normalmente catalogo todo lo que hay y al igual que los libros, los presto a quien quiera tenerlos por un tiempo. Hay escritores que vienen en busca de una idea o un sueño.
—¿Luego los devuelven? —preguntó Spooky. No estaba seguro que nadie quisiera deshacerse de algo tan bonito.
—Sí, suelen cambiarlos por otros y también hay quien los renueva una y otra vez porque no desea perderlos nunca, aunque no sean suyos del todo.
Spooky se entristeció y Joey, se dio cuenta enseguida, le dio una palmadita en la espalda.
—Vamos, Spook, no pongas esa cara.
—No quiero perder ninguno de mis sueños —dijo Spooky.
—Entonces lo que tienes que hacer es luchar para hacerlos realidad —dijo Joey.
—¿Y después? ¿Cuándo se han hecho realidad, qué pasa? —volvió a preguntar.
—En ese momento es cuando has de soñar uno nuevo y volver a empezar —concluyó Blake.
Aquello les pareció una muy buena idea, pero antes se iba a ir con Joey a ver la nueva versión de Pulgarcito con robots y música rock. Susanski no estaba muy segura de cómo iba a resultar, pero lo que sí sabía era que le iba a gustar mucho.
Y así fue.