21. El pantano de las sombras
Aquella tarde, Susanski y sus amigos Coqui, Peri, Rocío y María habían ido a su casa a jugar. Estaban merendando mientras decidían qué iban a hacer. María quería ver la tele, Coqui y Peri preferían jugar a algo y Rocío seguía pensando sin decidirse. De pronto, se oyó un ruido en el dormitorio de Susanski.
—No os preocupéis, será Spooky —dijo Susanski mientras se acercaba por el pasillo hasta su habitación. Abrió la puerta del armario. —¿Qué pasa Spooky? ¿A qué viene tanto alboroto?
Entonces la puerta se abrió, todo se llenó de humo gris y una bruja salió riéndose malévolamente.
—¿Te acuerdas de mí, Susanski? Soy la bruja Siroco y he venido a vengarme.
Los niños corrieron por la casa tratando de huir de la bruja, pero esta, que era muy rápida, les alcanzó en seguida.
—¡Que rujan los vientos, caigan maldiciones si las nombras, que estos niños vaguen desde ahora, desprotegidos de sus sombras!
Al decir aquellas palabras la bruja desapareció. Los niños respiraron aliviados, aunque no sabía qué decir. Entonces Rocío exclamó:
—¡Mirad! Se ha llevado a nuestras sombras.
—¡Es verdad! —dijeron al unísono.
Los niños se miraron por delante, por detrás, de lado y a la pata coja, pero ninguno de ellos proyectaba sombra alguna.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó Coqui.
—Tendremos que buscar la solución en la biblioteca de los Osconanos —dijo Susanski con determinación.
Los niños viajaron en armario hasta llegar a la biblioteca. Una vez allí vieron que todo estaba patas arriba parecía que había pasado un ciclón.
—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó Rocío muy bajito, pero fue lo suficientemente alto para que Joey contestara desde el otro lado de la planta.
—Ha sido la bruja Siroco. Nos he echado un hechizo de caos y picapica desde entonces no paramos de estornudar y no encontramos nada.
—A nosotros nos ha robado las sombras —dijo Peri.
—¡Eso es terrible! —dijo Joey— si no las encontráis antes de que sea de noche os convertiréis en espectros.
—¿Qué es un espectro? —preguntó María. —Es como fantasma, pero se crea a partir de niños sin sombra —explicó Joey.
Los niños se asustaron mucho. Spooky no sabía qué hacer y Joey no tenía ni idea de cómo ayudarles.
—Si lo que tenemos es un hechizo para romperlo necesitaremos una bruja —dijo Susanski.
—Entonces pequeña Susanski, ¿por qué no hablas con Margarita Castellanos? —preguntó Virginia desde el mostrador de préstamos—. Es la única que puede ayudaros.
A todos les pareció muy buena idea. Margarita les ayudaría a romper el hechizo. Los niños cogieron a Joey del brazo y le empujaron al armario. Irían todos juntos a ver a Margarita Castellanos, la bruja de la calle Arturo Soria.
—Hola, chicos, ¿a qué debo esta visita? —preguntó Margarita. Toda la casa olía a vainilla y a jengibre.
—¡No tenemos sombra y no queremos ser espectros! —dijeron al unísono.
—Los conjuros de sombras son muy difíciles de romper —dijo Margarita preocupada—. Necesitaré saber algo más sobre el conjuro. ¿Quién os ha robado las sombras?
—La bruja Siroco —gritaron todos a la vez.
—Entonces, ya sé dónde mirar. Tengo un grimorio de la misma escuela de brujería donde estudió la bruja Siroco. — Margarita parecía muy ilusionada.
—¿Qué es un grimorio? —preguntó Rocío.
—Es como libro de cocina, pero en vez de tener recetas, tiene hechizos, conjuros y maleficios —explicó Susanski.
Margarita Castellanos buscó entre las páginas de un libro grande, viejo y poco polvoriento, cómo devolver las sombras. Buscó en el capítulo cinco, luego en el diez para ir después al capítulo veinte.
—¡Ya lo tengo! —exclamó la bruja de Arturo Soria—. Necesitaré algunos ingredientes y vuestras sombras.
—Pero… —empezó a decir Coqui muy preocupado—. No tenemos nuestras sombras y tampoco sabemos dónde pueden estar.
—Es cierto —dijo Susanski.
—Todas las sombras que se pierden, van al Pantano de las Sombras —dijo Margarita—. Debéis ir al pantano y traerlas de vuelta. Mientras prepararé los ingredientes que necesito.
—Vamos, chiquis —dijo Joey—. Tenemos unas sombras que recoger.
Cuando llegaron al pantano, todo estaba muy oscuro. Al fin y al cabo, se llamaba el Pantano de las sombras por algo.
—Susanski, ¿no tienes miedo de la oscuridad? —preguntó Rocío.
—No porque tengo una linterna —contestó la niña mientras la encendía.
Margarita les había dado un mapa antes de que se marcharan y con la luz de la linterna vieron que había un camino que los llevaba al centro del pantano. Joey los llevó hasta allí y se encontraron con un cartel.
—Pone información —leyó Peri.
—Entonces es aquí donde tenemos que preguntar —explicó Susanski.
—Hola —llamaron los niños al llegar al mostrador.
No había nadie. Miraron a la derecha, a la izquierda, arriba y abajo, pero nada, ni un alma. Entonces, de repente, surgió un humo después de una pequeña explosión. Detrás del humo vieron a una figura negra, alta y un poco desgarbada. Agitó las manos para alejar el humo mientras tosía. Cuando dejó de toser, los miró y preguntó.
—Buenas tardes y bienvenidos al Pantano de las sombras. ¿En qué puedo ayudarles?
—Estamos buscando nuestras sombras —dijeron los niños con seriedad. Rocío como estaba un poco asustada cogía a Susanski en la mano.
—No te preocupes, este señor nos va a ayudar —susurró Susanski.
—Niños, permitid que me presente. Estas no son maneras y veo que es la primera vez que venís por aquí—. Los niños sonrieron, aunque Rocío no soltó la mano de Susanski por si acaso. —Soy Alfred, el mayordomo y gerente de las sombras. Sé dónde está todo en este pantano.
—Jo tío, nos habían dicho que este lugar daba yuyu —dijo Joey.
—Eso era antes. Mi antecesor William era un gerente de orden caótico y todo estaba hecho un lío. Ahora no. Somos sombras, somos oscuros, pero somos profesionales —explicó Alfred con orgullo.
—La bruja Siroco nos ha robado las sombras y si no las recuperamos nos volveremos espectros —dijo Susanski.
—¡Eso va en contra de la ética de las sombras! —exclamó Alfred malhumorado—. Ahora mismo os traigo vuestras sombras. ¡Faltaría más!
En un abrir y cerrar de ojos Alfred vino acompañado de las sombras. Los niños aplaudieron y se lo agradecieron mucho. Spooky y Joey los llevaron de vuelta a casa de Margarita. Tenían que deshacer el conjuro lo antes posible.
—¡Rápido niños! Poneos junto a vuestras sombras. Los niños hicieron caso a Margarita y se pusieron junto a ellas. Margarita cogió el grimorio en sus manos y con voz solemne recitó:
—Lo que ahora son dos, pero fueron uno, sapos, culebras, truenos y canguros, que las sombras se unan a los niños y que nadie pueda romper jamás este conjuro.
Los niños cerraron los ojos y esperaron a que la bruja Margarita contara hasta tres y vieron que había funcionado.
—¡Bien! —corearon los niños, el Osconano y el monstruo de armario.
Margarita se despidió de los niños y se marchó al Consejo Superior de Conjuros y Artes Mágicas. Iba a poner un busca y captura para la bruja Siroco. Así no podría volver a hacer daño a nadie. Lo que les había hecho a Susanski y a sus amigos estaba muy mal. Ella se encargaría de pararle los pies a la bruja Siroco.