24. La noche que duraba un día
Susanski había recibido un paquete de Virginia, la bibliotecaria Osconana, en el que ponía “Susanski, abre este paquete cuando estés con tus amigos. ¡No antes!”. Aunque estaba muy intrigada y deseaba abrirlo, esperó a que Coqui y Peri estuvieran con ella.
—A lo mejor deberíamos esperar a que estuviera Spooky —dijo Peri.
—Tienes razón, esperaremos un poco más —aceptó Susanski aunque se moría de ganas de abrir el paquete.
Los niños miraron el reloj cien veces antes de que Spooky llegara. Coqui había repasado cuatro veces todos los libros que Susanski tenía en la habitación y eso que eran muchísimos. Peri había contado los coches verdes que se veían pasar por la ventana y había llegado al número 48.
—Spooky, ¡has tardado muchísimo! —dijo Coqui.
—Lo siento, tenía que terminar los deberes antes de venir —dijo el monstruo de armario— Pero, ¿por qué tenéis tanta prisa?
—Nos ha llegado un paquete de Virginia y no lo puedo abrir hasta que estemos todos. Lo pone en esta nota —dijo Susanski mostrándoselo.
—¡Abrelo ya! —gritó Coqui.
La niña abrió la pequeña caja de cartón y sacó una esfera. Parecía de cristal pero era muchísimo más ligera. Era transparente y cuando la acarició, la esfera se abrió y escucharon la voz de Virginia decir:
—Hola, niños, quiero que vengáis a pasar la noche más larga del año con nosotros. Vamos a celebrar la Noche-Día en la biblioteca y sois nuestros invitados de honor. Sí, Spooky, tú también estás invitado.
Entonces la esfera se deshizo dejando un olor a flores que llenó la habitación.
—¿Habéis oído eso? —dijo Peri— ¡Va a ser genial!
—¿Qué día es la Noche-Día? —preguntó Susanski.
—Es la noche más larga del año —dijo Spooky— De hecho es tan larga que dura todo un día.
—Sí que es larga —confirmó Coqui.
—¿Y cómo lo celebráis? —preguntó Susanski—. Suena muy misterioso.
—Cada año es diferente porque depende de quien lo organice. El año pasado se encargó Jorge Viejo Olmo, el juguetero y preparó un desfile de juguetes que llegaron hasta el estanque. ¡Fue genial!
—Supongo que este año le toca a los Osconanos organizarlo, ¿no?
—Sí, de hecho es la primera vez que lo organizan Virginia y Joey.
Los niños acompañados del monstruo de armario viajaron en armario hasta el mundo de los Osconanos y como era de esperar, era de noche.
—¿Cómo es de noche si es por la mañana? —preguntó Coqui.
—Es que hoy es la noche más larga del año, dura todo el día —dijo Joey acercándose con una caja de cartón llena de velas.
—A mí me entrarían ganas de dormir —dijo Peri.
—Por eso llenamos las calles de velas —explicó el Osconano.
—Es muy bonito. ¿Podemos ayudarte? —dijo Susanski.
—Tenemos que poner velas en el camino que llega hasta el estanque. Tenemos una sorpresa.
Los niños colocaban las velas, Joey chasqueaba los dedos y entre las yemas salía una pequeña llama que acercaba a las mechas para que se prendieran. Encendieron muchísimas, más de cien o incluso doscientos. No querían que nadie se perdiera por el camino. Los niños, Spooky y Joey esperaron en el estanque pero no parecía que viniera nadie. Coqui, cansado de esperar, preguntó:
—Joey, ¿por qué no viene nadie?
—¿Cuánto más tenemos que esperar? —preguntó Peri.
—Chiquis, esto es muy raro. Virginia ya debería estar por aquí.
—Deberíamos preguntarle qué está pasando —dijo Susanski.
A Joey le pareció muy buena idea y chasqueó los dedos hasta que tuvo una llama grande en las manos. La lanzó suavemente y la llama quedó flotando a la altura de sus ojos.
—Virginia, soy Joey. Estamos en el estanque y aún no ha llegado nadie.
—Hola, Joey. ¿Habéis encendido las velas?
—Si, por todo el camino.
—¡Qué raro! No hay ninguna encendida.
—Hemos encendido más de cien —exclamó Coqui.
—Es muy extraño —dijo Virginia.
—No te preocupes, vamos a ver qué es lo que está pasando.
El fuego se apagó. Joey se acercó a Susanski y le preguntó:
—¿Tienes la linterna contigo?
—Sí. Siempre la llevo conmigo —dijo Susanski mientras rebuscaba en su mochila.
—Entonces vamos a revisar el camino.
Los niños, el Osconano y el monstruo de armario recorrieron de vuelta el camino que habían hecho y encontraron velas encendidas. Siguieron andando y no veían nada raro hasta que al doblar el camino alrededor de la sequoia centenaria vieron a dos seres pequeños jugando con las velas. Era de un color verde azulado como el mar por la noche, tenían el pelo azul muy largo. Uno de ellos llevaban una caracola sujetando una trenza muy larga y el otro llevaba el pelo como en una coleta que se iba deshaciendo a medida que saltaba.
—¡Hey! —exclamó Susanski indignada— ¡Estáis apagando todas las velas!
Uno de los niños se asustó y se escondió detrás del que era un poco más alto.
—No era nuestra intención. Es la primera vez que vemos estas flores calientes pero cuando las acariciamos, ¡puff! Desaparecen.
—Hey, chiquis, no son flores. Se llaman velas y esto es la llama —dijo Joey encendiendo de nuevo la vela.
—Son muy bonitas —dijeron los dos niños maravillados.
—¿Por qué no venís con nosotros a encenderlas otra vez? —dijo Susanski—. Pero no podéis apagarlas.
—No, chiquis, que si no, no podemos llegar al estanque.
Los niños azules aceptaron y prometieron no apagar más. Susanski vio que los niños tenían agua en las manos y que al andar, mojaban todo a su alrededor.
—¿De donde sale toda esta agua? —preguntó Susanski.
—No lo sé —dijo la niña— Siempre he estado rodeada de agua. ¿Vosotros no?
—Susanski, esta niña es una Ondina, un espíritu de agua —explicó Joey.
—¡Y me llamo Edrielle! —dijo la Ondina saludando con la mano.
—Ahora entiendo por qué apagaís las velas… —dijo la niña sonriendo—. Soy Susanski, estos son mis amigos, Coqui y Peri. Ese allí es Spooky.
—Este de aquí es mi hermano pequeño Dusk. Es la primera vez que salimos del estanque y cuando nos encontramos con estas flores velas tan bonitas, nos acercamos para verlas más de cerca.
—Sentimos mucho haberlas apagado —dijo Dusk saliendo de detrás de Edrielle.
—No pasa nada, chiquis. Las vamos a encender rápidamente.
Coqui tocó la mano de Dusk y se le mojo la manga del jersey. Al verlo, Peri se echó a reír. Susanski y Edrielle ayudaron a Joey a encender las velas mientras los chicos corrían sendero abajo persiguiendo a Spooky que no sabía por qué había echado a correr en primer lugar. Cuando llegaron al final del bosque vieron que todos los habitantes seguían a Virginia.
—Ya están todas las velas encendidas —dijo Joey.
—Entonces, podemos empezar —dijo Virginia.
Virginia había preparado una merienda para todos y tenía una sorpresa. Cuando llegaron al estanque todos los habitantes, incluyendo los niños, las ondinas y el monstruo de armario, se sentaron en una manta en el suelo. Virginia repartió galletas en forma de libro y chocolate caliente.
—Virginia, ¿cuál es la sorpresa? —preguntó Susanski mientras se calentaba las manos con el vasito de cartón.
—Ahora la verás. Solo te diré que una noche tan oscura como esta es perfecta.
Cuando lo dijo, una luz brillante rompió en miles de colores que iluminaron el cielo. Parecían fuegos artificiales pero no lo eran, había una figura en el centro. Era un fenix bailando y desplegando sus alas. Sus plumas reflejaban cada uno de los colores del arcoiris mientras daba vueltas sobre sí mismo. Giraba a tal velocidad que parecía una estrella más. Todos los que estaban en el estanque admiraban el espectáculo con la boca abierta. Susanski y sus amigos no habían visto nada semejante. Era como si un niño pintara el cielo de colores para borrarlo y volverlo a colorear en segundos. Entonces el fénix cayó en picado hacia el estanque, entró en el agua para volver a remontar el vuelo hasta quedar suspendido sobre la multitud que lo admiraba. Desde allí, saludó y todos aplaudieron hasta que les dolieron las manos.
—Ha sido lo más bonito que he visto nunca —dijo Coqui.
—Muchas gracias por haber venido —dijo Virginia.
Los niños se despidieron y volvieron a casa antes de la cena. Aquel día había sido mágico, habían vivido un día de noche, habían visto a un fénix bailar y habían hecho dos nuevos amigos.
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25. Joey y Hansi