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Los elfos, enfadados, les tiraron caramelos, piruletas y adornos navideños hasta que los niños echaron a correr. Siguieron el sendero hasta el bosque y allí los elfos les dejaron en paz.
—Jo, parece como si los elfos no quisieran tener nada que ver con la navidad —dijo Coqui.
—También se han olvidado de la navidad —dijo Peri.
—¿Qué podemos hacer para recordarles quienes son? —preguntó Susanski.
—No lo sé, chiqui —admitió Joey—. No se me ocurre nada.
Los niños siguieron caminando sin darse cuenta que cuanto más andaban, más se adentraban en el bosque. Entonces dejaron de ver árboles como tal para encontrarse con árboles hechos con libros. De hecho todo el bosque estaba hecho con libros.
—¿Dónde estamos? —preguntó Coqui—. Es el bosque más raro que he visto en mi vida.
—¿Nunca has visto un bosque de libros? —preguntó una voz detrás de los libros que formaban un sauce.
—No, nunca. Es mi primera vez —contestó Coqui.
—No eres de aquí, ¿no? —preguntó otra voz.
—No, somos niños de Madrid.
—¿Qué estáis haciendo aquí? —preguntó otra voz.
—Hemos venido a ayudar a los elfos de Papá Noel —dijo Peri.
—¿Qué les pasa? Yo les veo igual.
—La bruja Siroco les ha hecho olvidar la navidad como a los renos y a Papá Noel.
—¡Eso es terrible! —exclamó otra voz.
—Por eso no se oye la fábrica —dijo otra más y cuando se quisieron dar cuenta. Vieron un centenar de pequeños duendes alrededor de ellos.
—¿Y vosotros quiénes sois? —preguntó Susanski.
—Somos los duendes cuentacuentos.