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Susanski y sus amigos miraban a los elfos ir de un lado a otro llevando guirnaldas, espumillón y adornos navideños. Las cadenas de montaje arrancaron y los juguetes se iban amontonando en cajas al final de las líneas. En apenas unos minutos, no había ningún rincón donde no hubiera juguetes. Había cientos de muñecas en un lado, junto con una montaña de coches teledirigidos que a su vez compartían las cajas con robots, cocinitas y hasta con juegos de mesas para toda la familia. 


Con la fábrica de juguetes en pleno funcionamiento, los elfos trabajaron incansablemente para asegurarse de que todos los juguetes estuvieran listos a tiempo. Las luces parpadeantes, la música alegre y el olor a galletas de jengibre llenaban la fábrica. Los niños y Spooky observaban maravillados cómo los elfos organizaban los regalos en grandes montones.

—Lo logramos, chicos. La fábrica está en marcha y todo parece perfecto —dijo Coqui con una sonrisa de satisfacción.

Sin embargo, en medio de la celebración, Peri empezó a preocuparse.

—¿Cómo sabrán qué regalo ha pedido cada niño?

—Es fácil, —dijo Spooky—. Los organizarán según las cartas. 

—Pero yo no veo las cartas por ninguna parte —dijo Peri.

Todos se miraron con preocupación. Habían estado tan ocupados asegurándose de que los juguetes estuvieran listos que se habían olvidado por completo de las cartas.

—¿Dónde están las cartas? —preguntó Susanski a uno de los elfos. 

—Las tiene Papá Noel. El apunta todo en su libro. Quien ha sido bueno, quien no lo ha sido tanto, qué ha pedido este año, quienes son sus hermanos para que puedan jugar juntos y todas esas cosas. 

—Papá Noel se ha olvidado de la navidad —dijo Spooky. 



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