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Susanski no dejaba de pensar en lo que había dicho la bruja Siroco. Aquel hechizo debía romperse sin magia alguna. De hecho, los renos habían recordado con villancicos. Los elfos lo habían hecho con cuentos de las navidades pasadas. Aunque no tenía las cartas de los niños, sí tenía las suyas, las que se escribía con la tía María. 

Se acercó a Papá Noel y le dijo:
—Puede que estas cartas no estén dirigidas a ti, Papá Noel, pero creo que te pueden mostrar un poco de lo que es la navidad. 

Susanski le fue dando una a una las cartas. Algunas las escribía su tia Maria y otras las escribió ella. Hablaban de lo mucho que le gustaba que su tía acudiera en navidad, de los preparativos y de las cosas que hacían juntas. 

Papá Noel las leía con mucha atención. Se rió cuando el coche de la tia se quedó tirado en nochebuena cerca de un circo ambulante y tuvo que moverlo un elefante que viajaba en globo. También disfrutó de las aventuras en el laberinto de los martes cuando les persiguió una banda de monos aficionados al ajedrez. Cuando Susanski le contó a sus amigos que unos trompetistas adictos a los crucigramas le había robado la cena de navidad y que les habían dejado solo perritos calientes. 

Papa Noel no levantaba la vista de las cartas. 

—¿Crees que las cartas servirán? —preguntó Coqui muy bajito.

—¡Nada podrá romper el hechizo! —La carcajada de la bruja Siroco se oyó hasta en el Himalaya.



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