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Joey y los niños acudieron a los establos donde dormían los nueve renos de Papá Noel. Cormac llevaba tantas zanahorias que casi no podía con ellas. Al entrar, vieron que los renos apenas se movían. Estaban como dormidos.
—Me da pena que no me reconozcan —dijo Joey.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó Coqui.
—Hemos intentado hablar con ellos, peinarles y demás pero no nos reconocen a ninguno de nosotros.
—Entonces, no creo que nos reconozcan a nosotros tampoco —dijo Peri.
Cormac se acercó a los renos y fue llamándoles por su nombre mientras les repartía las zanahorias.
—Hola, Rudolph. Esta es para ti, Dasher. ¿Quieres una zanahoria, Dancer? —Los renos no parecían reaccionar a sus nombres pero Cormac no desistía. Seguía llamándolos por sus nombres.
—A lo mejor es lo que debemos hacer, —dijo Susanski—. Digamos sus nombres muchas veces.
Los niños corearon los nombres como si fuese una canción.
—Rudolph, Dasher, Dancer, Vixen, Prancer, Cupid, Comet, Blitzen y Donner.
—Rudolph, Dasher, Dancer, Vixen, Prancer, Cupid, Comet, Blitzen y Donner.
—Rudolph, Dasher, Dancer, Vixen, Prancer, Cupid, Comet, Blitzen y Donner.
Los renos se animaban un poco con las zanahorias pero no parecían recordar nada.