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—Creo que no saben su nombre y por mucho que los repitamos, no los van a recordar —dijo Coqui muy desanimado.
Los niños se dejaron caer sobre unos bloques de heno y se quedaron callados. Se miraron los unos a los otros. No sabían qué decir. Entonces el pequeño Cormac se levantó de un salto. Entonces empezó a cantar el villancico Rudolph el reno. Se acercó a los renos y delante de ellos, bailaba mientras cantaba.
Rudolph miraba al niño y movía la cabeza ligeramente. Cormac seguía cantando la mitad del villancico en inglés, la mitad en castellano y sin parar de bailar. Era tan contagioso que Susanski se unió a su primo y empezó a cantar.
—You know Dasher and Dancer and Prancer and Vixen. Comet and Cupid and Donner and Blitzen. But do you recall the most famous reindeer of all?
—¡Necesitamos música! —gritó Coqui. Joey y Coqui salieron disparados de los establos y dejaron a los niños cantando mientras buscaba una radio para ponerles villancicos.
Llegaron con un tocadiscos del inventor Christian von Mezger. Había que dar palmadas al ritmo de la música o se paraba pero aquello no fue ningún impedimento para los niños. Sonaron todos los villancicos que hablaban de los renos. También sonaron algunos de Papá Noel y el favorito de Joey “Jingle bell rock” sonó dos veces. Los niños, el monstruo de armario y el Osconano estaban pasándoselo tan bien que no se dieron cuenta de que los renos se habían levantado y estaban cantando con ellos también.
—¡Mirad! ¡La nariz de Rudolph brilla otra vez! —dijo Cormac.