6
Los niños viajaron hasta el polo norte, por supuesto, en armario gracias a Spooky. Cuando llegaron, se encontraron a los elfos sentados en el suelo, mirando las hermosas auroras boreales. Susanski, indignada, les preguntó:
—¿Qué estáis haciendo aquí? ¿No sabéis que es Nochebuena y hay muchísimo por hacer?
—¿Quién eres y por qué nos estás regañando? —preguntó un elfo muy pequeño, sentado al pie del árbol.
—Sí, no eres elfa para pedir explicaciones —gritó otro elfo.
—No te vamos a hacer caso —dijo otro más.
La niña se giró a sus amigos y les dijo:
—¿Se han olvidado también de quiénes son?
—Eso parece, chiqui —dijo Joey.
—Vamos a ponerles villancicos —sugirió Coqui—. A lo mejor se acuerdan al escucharlos.
Cormac sacó el tocadiscos del inventor, y los villancicos llenaron el lugar. Los elfos se acercaron al tocadiscos y escucharon atentamente.
—Parece que les está gustando —susurró Peri.
Entonces, uno de ellos les lanzó unos caramelos contra ellos, gritando:
—¡Buuuu, qué aburridos! ¡Quita eso! ¡Me duele la cabeza solo de oírlos!
Los otros elfos se unieron a los abucheos, y Spooky, asustado, apagó los villancicos.
—Parece que lo vamos a tener muy difícil.