8. El control de remoto mágico
Estaban jugando al escondite y a Susanski le había tocado buscar. Sus amigos, Coqui y Peri, se había escondido muy bien. No era los encontraba por ningún lado. Apartó las cortinas del salón. Tampoco estaban en la bañera. Cuando miró detrás de una puerta, se encontró con Spooky.
—¿Qué te pasa, Spooky? Pareces un poco triste.
—No he podido dormir bien porque esta noche no había estrellas.
—Quizás estuviese nublado —respondió Susanski.
—No, no había nubes. Es la segunda noche en que no hay estrellas.
—Si quieres te ayudamos a buscarlas.
Spooky sonrió de nuevo. Sabía que su amiga Susanski encontraría lo que hiciera falta. Para empezar, encontró a Peri dentro de un armario y a Coqui debajo de la cama. Los tres niños se marcharon con Spooky a la biblioteca de los Osconanos. Allí estaban Virginia y Joey archivando datos de los nuevos libros que habían adquirido. La planta estaba llena de personajes nuevos que no sabían a dónde ir.
—Joey, necesitamos tu ayuda —dijo Susanski después de saludar a los dos Osconanos.
—¡Puf! Estoy hasta las cejas de curro —dijo Joey—. ¡Se nos ha llenado la biblioteca de gente!
—Spooky no puede dormir porque no ha estrellas por la noche. ¡Tenemos que resolver este misterio! ¡No puede seguir así!
Virginia le miró de soslayo y con una media sonrisa, le dio permiso para irse con los niños y el monstruo de armario en busca de las estrellas.
—Antes de hacer ninguna locura, visitad a la señora Castellanos, que seguro que os ayuda.
—Tranqui, Virgi, que nosotros no hacemos locuras. —Le guiñó un ojo mientras trataba de ponerse serio.
Joey y los niños se dirigieron a la casa de la señora Castellanos. Ahora vivía retirada en su casa de Arturo Soria, pero había llegado a ser la hechicera más importante de todos los planos. Además, volverían a ver su dragón enano, Slayer.
—¡Hey! ¿Qué tal estamos? —saludó Joey al entrar en la casa.
—¡Hola chicos! ¡Cuánto tiempo sin veros! —La señora Castellanos siempre iba acompañada de su mascota azul.
Susanski y sus amigos se acercaron al pequeño Slayer y estuvieron haciéndole mimos, a lo que el muy sinvergüenza no ponía ninguna objeción, entonces Spooky rompió a llorar.
—¡No puedo dormir porque no hay estrellas!
—Pobre Spooky —exclamó Peri.
—Hemos venido por si pudieras darnos alguna idea de donde buscarlas.
La señora Castellanos buscó en su bola de cristal para saber por qué pasaba esto y tras varios minutos mirando fijamente la esfera transparente, dijo:
—No hay ningún motivo mágico. No hay hechos o conjuros que las oculten.
Spooky se dejó caer sobre un sofá verde con desanimo. Nunca volvería a dormir.
—No podremos resolver este misterio —dijo con pena.
—No, de eso nada —respondió Susanski—. Si no es magia, ¿cómo se pueden apagar las estrellas?
—No tengo ni idea, pero a lo mejor sé quién puede ayudaros. —Los niños prestaron atención. — Se llama Christian von Mezger y es inventor.
La señora Castellanos les contó que había sido su compañero de clase de magia. Si bien no era mago, construía máquinas.
—¡Tiene un nombre muy raro! —dijo Coqui.
—Espera a conocer al elemento —añadió Joey.
Spooky al ver a sus amigos decididos y contentos, se animó un poco más. Se despidieron de la señora Castellanos y de Slayer. Joey los llevó hasta la casa del inventor. Era un poco rara porque no era de madera ni de ladrillo sino de hojalata.
—No parece una casa —dijo Susanski al verla—. Se parece más a una cafetera.
—Tienes mucha razón pequeña —añadió Joey.
Tocaron a la puerta de metal con una aldaba en forma de clave sol hecha de bronce. Oyeron unos pasos al otro lado y una voz que preguntó:
—¿Quién llama?
—Soy Joey, el Osconano bibliotecario.
—He devuelto todos los libros. —Parecía que la voz venía de muchos sitios a la vez, no sólo de detrás de la puerta.
—No, no es por eso. Nos envía la señora Castellanos.
No había terminado la frase cuando un señor de pelo encrespado, con gafas en la frente y una bata blanca abrió la puerta.
—¡Pasad!
Era muy alto y parecía un poco despistado. Se acercó a Susanski y con una lupa en la mano, dio una vuelta alrededor suyo. Luego hizo lo mismo con Peri que le miró mal. Cuando le tocó el turno a Coqui, este echó a correr detrás de Spooky, Spooky corría detrás de Joey y este a su vez, detrás del inventor. Susanski y Peri saltaban animando como en una carrera.
—¡Quietos todos! —gritó Joey—. Ya no puedo más.
El señor von Mezger les invitó a pasar. Una vez dentro, la casa parecía enorme. Era como un palacio y ¡por fuera parecía enana! El inventor les invitó a tomar un vaso de leche con galletas. Dio tres palmadas y un robot apareció de la cocina con la merienda en una bandeja. El robot era pequeño con dos antenas y patines en los pies.
—Bueno, niños, ¿a qué debo vuestra visita?
—Spooky no puede dormir porque no hay estrella en el cielo —explicó Susanski.
—¿Desde cuándo pasa este fenómeno tan curioso? —preguntó el inventor.
—Desde el martes. —Spooky al recordarlo se echó a llorar.
—Entonces creo que se debe a mi nuevo invento para apagar las luces de la casa cuando me meto en la cama. Estaba tan cansado de que se quedara la luz del cuarto de baño encendida que hice un control remoto para apagar todas las luces.
—Apagando, apagando, no has dejado estrellas en el cielo —dijo Joey.
—Entonces no me queda más remedio que hacer unos ajustes. —Se quedó pensativo un rato largo y luego añadió. —Señor Spooky voy a necesitar su ayuda. —Spooky, al oírlo, se hinchó de orgullo. —Cada vez que haya una noche sin estrellas, llámeme al móvil y las volveré a encender.
Los niños se alegraron mucho al oírlo. Ya era hora de volver a casa, pero el señor von Mezger no dejó que se fueran sin enseñarles sus inventos. Tenía de todo: desde una máquina que emparejaba calcetines, un robot que hacía galletas voladoras, una tostadora que cantaba ópera, una bicicleta que te llevaba al pasado, una batidora para rizar el pelo, ¡hasta un reloj que se inventaba días!
Los niños prometieron al inventor darle ideas para posibles inventos y volver otro día, pero ahora tenía que apurar el paso o llegarían tarde para cenar.