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11. El disfraz de Spooky

Spooky salió del armario corriendo por el pasillo hasta llegar a la cocina. Allí se quedó esperando hasta que llegó Susanski. Ahora ya estaba en primaria y no era una niña pequeña. Susanski sabía muchas cosas. Spooky le pedía ayuda siempre que tenía algún problema y aquel día no iba a ser diferente.

—Hola, Spooky, ¿qué haces en la cocina? —preguntó la niña al llegar a casa.
Sus amigos Coqui, Peri y María iban con ella. Habían pensado ir a casa de Susanski a pasar la tarde, pero Spooky tenía otros planes.
—La fiesta de Halloween es dentro de nada y no tengo disfraz. Si no lo arreglo pronto, no podré presentarme al concurso.

El monstruo de armario se dejó caer en el sofá y soltó el suspiro más largo de la historia de los suspiros.

—No te preocupes, Spooky, nosotros te ayudaremos —dijo Coqui.
—¡Claro! Seguro que entre todos se nos ocurre algo —añadió Peri.
—¿De qué quieres disfrazarte? —preguntó Susanski.
—No sé… de algo que de mucho miedo —contestó Spooky.
—¿Por qué no vamos a la biblioteca de los Osconanos? —sugirió María— Seguro que nos dan alguna pista.

La idea les encantó y sobre todo a María que se moría de ganas de volver al plano de Spooky. Viajar en armario era super emocionante. Entrar en un armario y salir en un mundo nuevo, le seguía maravillando.

—No creo que me canse nunca de viajar así—dijo María.
—Es muy cómodo. ¡Nada que ver a viajar en escoba! —explicó Spooky.
Al abrir la puerta se encontraron en la recepción de la biblioteca donde Virginia y Joey revisaban los préstamos. Susanski se acercó al mostrador y decidida les dijo:
—Necesitamos ideas para el disfraz de Spooky para la fiesta de Halloween.
—Entonces creo que deberíais visitar la sección de libros de terror en la tercera planta —sugirió Virginia.
—Pero no sé si me va a dar miedo… —respondió Spooky.
—¡Spook! ¡Por todos los baterías calvos! ¡Eres un monstruo de armario que está en segundo de sustos y pesadillas! —exclamó Joey.
—No te preocupes, Spooky —dijo Coqui— iremos contigo.

Los niños, el monstruo y el Osconano subieron a la tercera planta. Al abrir la puerta, esta chirrió y Spooky dio un salto.

—Tranquilo, Spooky, solo es una bisagra oxidada —dijo María—. Mi padre las arregla con tres en uno.
—¡Mola! Tendré que invocar uno de esos —dijo Joey.
—No se invoca, Joey —dijo Susanski—. Se compra en una ferretería.

Joey se encogió de hombros y entraron en la sala de lectura. Lo primero que vieron es que no estaba lleno, ¡estaba llenísimo! Había gente por todas partes y todos parecían muy ocupados.

—¿Qué pasa? —susurró Coqui.
—Estamos preparando la mejor fiesta de Halloween, jovencito —dijo una mujer muy, muy mayor.
—¡Estamos en el lugar perfecto! —exclamó Susanski— Tenemos que buscar ideas para un disfraz.

Al oírlos, los personajes se agruparon alrededor de ellos y empezaron a discutir:

—¡Podéis disfrazaros de mí! Soy un brujo muy poderoso —exclamó un señor alto y delgado como un clarinete.
—¡No le hagáis caso! Tiene caspa —añadió un fantasma con un chándal azul.
—¿Por qué no algo elegante y moderno como yo? —dijo un alíen con ojos de huevo.
—No, mejor un disfraz de mí. Soy el asesino de los días impares —dijo un señor pequeño con un hacha pesada que arrastraba por el suelo.
—¡Un poco de calma! —gritó Joey— Es Spook quien tiene que elegirlo.

Los personajes de los libros suspiraron y volvieron a sus quehaceres. Unos cuantos continuaron dibujando calabazas para hacer una guirnalda, otros decoraban los pasillos, los enanos caníbales de estrellas pop fabricaron luces paras las estanterías más bajas, los marcianos raperos ensayaron su canción para la fiesta. Las plantas carnívoras se disfrazaron de margaritas para asustar a los más pequeños. Los vampiros vegetarianos prepararon el ponche. Las brujas, por supuesto, cocinaron galletas y dulces para todos.
El jinete sin cabeza se chocó contra la columna y todos se rieron.

—Este pobre va de capa caída. Ha perdido la cabeza como el año pasado —dijo Joey.
—¿Dónde la encontró? —preguntó María.
—En la lavadora. No sabéis como salió después de tres centrifugados. —dijo el Osconano bibliotecario.
—Jo, no sé de qué disfrazarme. —Lloró Spooky. — Es muy difícil elegir.
—No te preocupes. Seguro que ves algo que te guste. —Susanski estaba siempre dispuesta a animar a su amigo.

Entonces vieron entrar a la momia de bajo presupuesto. No era una momia normal. Era la estrella de las películas con poco dinero para efectos especiales. Era pequeña, pero llevaba zancos para parecer más alta y en lugar de vendas, iba envuelto en papel higiénico. De hecho, se pilló parte del papel con la puerta, al entrar y se cayó levantado el polvo de las lápidas que los ogros tartamudos habían puesto de decoración.

Los niños se echaron a reír y esta se acercó a ellos.

—Hola, niños, ¿no os doy miedo?
—Lo siento, chaval, pero lo único que da miedo de ti es la cantidad de papel que llevas encima —dijo Joey.
—Soy una momia artesanal y ecológica. Biodegradable y con buen humor. No veréis ningún otro monstruo como yo.
—Es verdad —dijo Spooky y tras charlar un rato con la momia concluyó—. Creo que ya he elegido mi disfraz para la fiesta de Halloween. ¡Seré la momia de bajo presupuesto!

Todos aplaudieron y la momia se sentía tan orgullosa que le ayudó con el disfraz. Era la primera vez que alguien quería ir como ella. Le enseñó el rugido que tenía que hacer y cómo era más alto que la momia, no necesitaba los zancos.

Susanski y los demás cogieron tres rollos de papel del baño y los enrollaron alrededor de Spooky.

—¿Y vosotros de que os vas a disfrazar en Halloween? —preguntó la momia a los niños.
—No lo sabemos —dijo Susanski.

Pero ya se había hecho muy tarde y tenían que volver a casa. No obstante, aún tenían tiempo para pensarlo y, además, Spooky y la momia de bajo presupuesto les habían prometido ayudarles la próxima vez que fueran por la biblioteca.


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