10. El juguetero
Susanski y sus amigos no habían podido ir al parque porque llovía y se quedaron en casa. Estaban viendo una película cuando Spooky entró corriendo.
—¡Qué miedo! ¡Qué susto! ¡Qué miedo! ¡Qué susto! —repetía mientras corrían en círculos.
—Spooky, ¿qué te pasa? —preguntó Peri corriendo detrás.
—¡Qué miedo! ¡Qué susto! ¡Qué miedo! ¡Qué susto! —Spooky no dejaba de repetirlo una y otra vez.
—No entiendo nada. —Coqui se puso a correr en círculos también.
—¡Parad! —gritó Susanski—. ¿Spooky quieres decirnos qué te ha pasado?
Cuando paró de correr, Spooky se dio cuenta de que estaba tan cansado que se cayó al suelo. Respiraba con dificultad.
—No he pasado más miedo en mi vida.
—Cuéntanos, ¿qué es lo que te ha asustado tanto? —preguntó Susanski.
—Tenemos que vender galletas para ganar dinero para nuestro viaje del fin de curso. Nos vamos a la cripta del eco tartamudo donde la da la vuelta el aire.
—¡Eso sí que es chulo! —dijo Coqui—. Tendríamos que ir nosotros también.
—Entonces fui de casa en casa hasta llegar a la Residencia del Viejo Olmo. Una casa que está abandonada desde hace mucho tiempo y dicen que la heredó el nieto de la familia Viejo Olmo hacía unos meses.
—¿Qué paso? —interrumpió Peri deseando saber el final.
—No pude acercarme mucho porque de la casa salían unos ruidos horribles.
Spooky al recordarlo se puso a temblar y como temblaba empezó a correr de nuevo en círculos en el salón de Susanski. Coqui al verle, hizo lo mismo. ¡Hasta Peri empezó a correr en círculos!
—No podemos dejarlo así —dijo Susanski—. Iremos contigo y veremos de dónde vienen esos ruidos.
—¿Y si es peligroso? —preguntó Peri.
—Hablaremos con Joey, el Osconano bibliotecario. Seguro que tiene una explicación.
Spooky los llevó a la biblioteca y allí estaba Joey con el pelo casi cubriéndole la cara por completo.
—Hola, peques, peques, ¿qué hacéis por aquí?
—Necesitamos tu ayuda, Joey. Queremos ir a la Residencia del Viejo Olmo a vender galletas —dijo Susanski con determinación.
—¿Por qué yo? No sé hacer galletas —Resopló levantando el pelo.
—Spooky tiene miedo de ir solo —dijo Coqui.
—¡Mola! Iremos todos con las galletas. Verás que no hay nada de lo que asustarse.
Los niños se acercaron a la casa acompañados del monstruo de armario y del Osconano bibliotecario. Susanski tocó al timbre y entonces, como si viniera de todas partes, oyeron un estruendo muy grande.
—¿Veis? ¡Seguro que es un monstruo! — Spooky se escondió detrás de los niños temblando como una hoja.
—Que no, Spoo, que sólo será un pedo —dijo Joey para calmarle.
La puerta se abrió lentamente y salió un señor flaco y alto como una flauta.
—Hola, niños, ¿qué deseáis?
El hombre se movía muy despacio y acercaba la cara a los niños como si quisiera aprenderse sus rasgos de memoria.
—Vendemos galletas para el viaje de fin de curso de Spooky.
—¿Galletas? ¡Claro! ¡Me gustan las galletas! —Se hizo a un lado, pero los niños seguían en el umbral de la puerta y poniéndose muy derecho, les dijo— pero antes pasad a mi humilde morada.
Spooky no las tenía todas consigo, pero al ver que Susanski y sus amigos habían entrado sin pensarlo dos veces, dudó unos instantes. Joey le empujó dentro de la casa.
—Antes de nada, permitidme que me presente. Soy Jorge Viejo Olmo, ¡el juguetero! —Hizo una reverencia y continuó—: ¿Cuántas galletas puedo comprar?
—Las que quieras —dijo Spooky con una sonrisa de oreja a oreja.
El juguetero examinó las galletas y le compró todas las cajas que traía. Spooky estaba tan contento que se puso a saltar a la pata coja. ¡Podría ir al viaje de fin de curso con sus compañeros de clase!
—¿Qué eran los ruidos que hemos oído antes? —preguntó Susanski—. Nos dieron mucho miedo.
—¡Oh, no! Es sólo mi último juguete que es un poco ruidoso. Nada de lo que debáis asustaros. Pasad y os lo enseñaré.
El juguetero les guio a través de un pasillo largo y oscuro donde al final había una puerta abierta de donde salía un poco de luz, pero las sombras que se producían en la pared parecían correr huyendo de ahí.
—Tengo mucho miedo —dijo Spooky y se agarró al brazo de Joey.
—Pero Spook, ¡si eres un monstruo de armario! —le alentó Joey—. Tú puedes con todo.
Jorge Viejo Olmo que, no se había dado cuenta de que los niños se habían parado, continuó de camino a su taller. Susanski decidida quería saber qué era lo que producía esos ruidos y cuando se asomó a la habitación, exclamó un poco decepcionada.
—Es solo una máquina de escribir vieja.
—¡Es mucho más que eso! —dijo el juguetero— ¡Venid! Os lo enseñaré.
Los niños, el Osconano y el monstruo miedoso se acercaron al juguetero. Este se sentó y empezó a escribir en la máquina y a medida que escribía los folios escritos se movían como si tuvieran vida hasta crear la silueta perfecta de un dragón. Cuando el juguetero terminó de escribir, el dragón de papel voló por el techo de la habitación, pero como no sabía volar demasiado bien, se chocaba con las paredes, el techo y la lámpara.
—Entonces, ¡esos eran los ruidos que asustaban a Spooky! —exclamó Susanski.
—Eso me temo. Lo siento mucho, no sabía que se escucharan desde fuera de la casa —se disculpó el juguetero. —Espero que no vuelvan a asustarte mis dragones de papel.
—¡Claro que no! —dijo Spooky viendo el dragón de papel charol recorriendo la habitación—. ¿Puedo hacer uno?
—¡Claro! Elije el papel que más te guste y escribe todo lo que quieras que sea tu dragón.
Spooky se apañó a escribir con dos dedos en la máquina del juguetero. Había elegido un papel rojo con manchas negras. Le puso nombre y escribió que le gustaba volar haciendo círculos. Cuando no supo qué añadir, el juguetero tiró del papel sacándolo de la máquina. Ante los ojos de los allí presentes, el papel se dobló hasta formar un dragón y voló hasta el techo. Allí como los otros dragones se tropezó con la lámpara que parecía que no iba a durar mucho en su sitio.
—Ahora me toca a mí —dijo Coqui.
—¡Y luego a mí! —dijo Peri.
Por turnos, todos los niños pasaron por la máquina de escribir y crearon sus propios dragones de papel. El de Susanski era morado, el de Peri, azul y el de Coqui, verde. El de Joey era negro con un parche en un ojo.
—¿Me puedo llevar el dragón a casa? —preguntó Peri.
—Me temo que no —contestó el juguetero—. No pueden salir de este plano.
—Entonces, ¿qué podemos hacer con ellos? —preguntó Susanski.
—Podéis liberarlos en el estanque. Se quedarán ahí y podréis verlos siempre que queráis.
Los niños se llevaron los dragones de papel al jardín y les dijeron que tenían que quedarse en el estanque.
—No os preocupes, animalitos de celulosa, me pasaré a ver que tal estáis —dijo Joey.
Spooky liberó también su dragón y pasaron el resto de la tarde viéndolos volar hasta que se hizo la hora de volver. Se despidieron de sus nuevas mascotas de colores.
—Tenéis que volver otro día cuando los dragones sepan volar mejor y sean más fuertes —dijo el juguetero antes de que fueran—. Entonces podréis volar con ellos.
—Eso sí que mola —exclamó Joey—. Chicos, habrá que venir otro día.
—Síiiiiiiiiiiiiiiiiiiii —gritaron al unísono.
Aquello sonaba como una aventura y no perderían la oportunidad, pero se les había hecho muy tarde ya y tenían que volver a casa. Les esperaba una super merienda.