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3. El zafiro filipino

Aquella tarde después de la escuela hacía demasiado frío para jugar en el parque y la mamá de Susanski junto con los otros padres de sus amigos decidieron llevar a los niños al centro comercial Moda Shopping. Susanski le gustaba mucho ir con sus amigos, Coqui y Peri, porque podían jugar sin que les lloviera o pasaran frío. En aquella ocasión decidieron jugar al escondite. A Susanski le encantaba y además era muy buena. Había elegido ponerse detrás de un macetero con una planta muy alta. Sabía que Coqui no la vería y se quedó muy quieta, tanto que iba poniendo ¡hasta cara de planta! Coqui encontró a Peri enseguida mientras nuestra intrépida protagonista seguía oculta. Entonces un hombre misterioso, alto, con gabardina marrón y periódico se chocó con una señora alta, con abrigo verde y tan arreglada que parecía una coliflor gigante. Susanski se dio cuenta que al hombre se le había caído algo y cuando lo recogió para dárselo vio que era un walkie talkie, como los que usaban los espías.

—¡Chicos! —llamó a sus amigos mientras salía del escondite.

—¿Dónde estabas, Susanski, no he podido encontrarte? —dijo Coqui.

—Estaba detrás de aquella maceta.

—Claro, así no hay quien te vea. —Se cruzó de brazos un poco enfadado y entonces Susanski le enseñó lo que había encontrado.

—Mirad, es un walkie talkie.

—¿Dónde lo has encontrado? —Peri se acercó a mirarlo de cerca. —Parece de espías.

La intrépida Susanski les contó dónde y cómo lo había encontrado, pero en ese momento, oyeron una voz del walkie que decía:

—Lo tenemos todo preparado. Mañana a las ocho iremos a la mansión de la señora Castellanos para robarle el zafiro filipino.

—¡No puede ser! —gritaron los tres niños—. Tenemos que impedirlo.

—Pero, ¿cómo? No sabemos dónde vive la señora Castellanos —comentó Peri.

—He tenido una idea —exclamó Susanski—. Podemos pedirles a nuestras madres que mañana, al salir del cole vayamos a mi casa. Allí Spooky nos llevará a casa de la señora Castellanos viajando de mi armario al suyo.

Aquel era un plan perfecto. No tenían que decirles a sus padres nada que les hiciera sospechar.

Tal y como concretaron, los niños pidieron ir a casa de Susanski después del colegio. La mamá de Susanski les preparó la mejor merienda del mundo porque iban a necesitar mucha energía, no sabía con qué malvados se podrían encontrar, pero aquella misión era para súper agentes como ellos.

—¿Cómo sabrá Spooky que es el armario de la señora Castellanos? —preguntó Coqui.

—Spooky se conoce todos los armarios —explicó Susanski—. Cuando lleguemos, nos esconderemos y cuando vengan a robar el zafiro filipino, gritaremos como locos.

—Seguro que huyen muy asustados.

El viaje en armario fue un poco accidentado. Hubo muchas turbulencias y giros raros, pero ninguno se mareó. De hecho, se lo pasaron bomba y Spooky se sintió muy orgulloso de su primer viaje con pasajeros (se acababa de sacar su carnet de conducir armarios y cómodas, y se moría de ganas de probarlo).

—Ya hemos llegado. Este es el armario de la señora Castellanos.

Abrieron la puerta con mucho cuidado, no quería que nadie les encontrase. Quedaba poco para que fueran las ocho y los ladrones estarían a punto de llegar.

—No sabemos dónde está el zafiro filipino. —Peri se desanimó un poco.

—¿Por qué no le preguntamos a la señora Castellanos? —preguntó Spooky—. Es amiga mía.

—¿Y por qué no lo has dicho antes? —Le regañó Susanski. —Llámala.

La señora Castellanos era una mujer mayor, pequeña, arrugada y de voz suave. Le costaba andar y lo hacía muy despacio. Cuando llegó a la biblioteca donde estaban los niños, encendió la luz y les preguntó.

—¿Estos son tus amigos, Spooky?

—Sí, se llaman. Susanski, Coqui y Peri.

—Hola, niños. Spooky me ha contado lo de los ladrones y os agradezco mucho que hayáis venido aquí a asustarles.

—¿Dónde está el zafiro filipino? —preguntó Susanski.

—Aquí, en la biblioteca, pero antes voy a llamar a mi mascota.

Tras llamarle dos veces, vieron entrar un dragón del tamaño una mochila. Los niños se asombraron un montón, no sabían que la señora Castellanos tenía un dragón por mascota. De hecho, no conocían a nadie que tuviera una mascota así.

—Se llama Slayer y es un dragón enano.

Era pequeño, azul y muy suave. El dragón, los tres niños, la anciana y el monstruo de armario se escondieron en distintas partes de la biblioteca y esperaron a que vinieran los ladrones. Cuando el reloj dio las ocho, dos hombres enmascarados entraron por la ventana. Susurraron muy bajito sus planes, pero no iba a poderlos llevar a cabo porque en ese momento, todos aullaron como si fueran animales salvajes y los ladrones aterrados saltaron de nuevo por donde habían entrado.

La señora Castellanos cerró la ventana y llamó a la policía. Cuando se despidió de los niños les dijo.

—Otra tarde cuando queráis podéis venir con Spooky y os contaré cómo encontré a Slayer. Seguro que os los pasáis muy bien jugando con él. Parece que ya os ha cogido cariño.

Los tres niños y Spooky se despidieron. Empezaba a ser muy tarde y tenían que llagar a casa antes de que sus padres fueran a ver qué estaban haciendo. El viaje de vuelta fue más rápido y nadie se dio cuenta de que no habían estado en el dormitorio de Susanski.


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