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4. La maldición del bolígrafo

Susanski tenía una tía que vivía fuera de Madrid. De hecho, vivía en otro país, y no nos referimos solo a que fuera despiadada y viviera en su mundo, que también era el caso, sino que vivía en Irlanda. Sin embargo, les visitaba siempre que podía. Un viernes acordaron que iría a buscarla a la salida del colegio y después la llevaría a jugar con sus amigos al Moda Shopping, un centro comercial que estaba cerca y en el que se reunían cuando hacía mal tiempo.

Susanski les dijo a sus amigos Coqui y Peri:

¡No os asustéis, pero os advierto de que mi tía está más loca que tropecientas cabras!

Los niños, dispuestos a pasarlo bomba, propusieron muchos juegos: el escondite, los piratas, juegos de espías y muchos más. Jugaron a todos ellos hasta que, de repente, la tía María vio una tienda con cosas muy viejas y un poco raras.

—Voy a echar un vistazo —dijo mientras entraba, muy decidida.

El dueño de la tienda era un hombre muy mayor. Tenía rasgos orientales y hablaba con un acento misterioso. Llevaba una túnica de seda de color negro y se atusaba su larga barba gris.

—Tengo algo perfecto para usted —le dijo a la tía.

—¿De qué se trata?

—Es un bolígrafo especial. La tinta es morada —explicó el dueño.

—¡Me lo llevo! —dijo sin pensar.

La tía María se fue muy contenta, pero cuando quiso anotar algo en su agenda, algo pasó. La tía María no pudo dejar de escribir. Primero en la agenda, luego en su pantalón, por las paredes, ¡hasta en la calva de un señor que pasaba!

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Coqui

—¡Esto es demasiado hasta para tu tía! —añadió Peri.

—Voy a preguntar a Mamá y a Spooky —dijo Susanski, muy preocupada.

La mamá de Susanski buscó en Google qué podía ser. Aquello parecía muy grave. De hecho, lo era: el bolígrafo estaba maldito. La tía María sólo podría dejar de escribir si se decían las palabras mágicas, pero nadie sabía cuáles podían ser.

—Creo que la señora Castellanos nos podría ayudar —sugirió Spooky.

La mamá de Susanski y los tres niños llevaron a la tía María a casa mientras esta no paraba de escribir.

—Jo, ¡me ha pintado en un pie! —se quejó Peri.

—A mí en una mano —añadió Coqui.

—Y a mí en el abrigo. —Susanski estaba muy preocupada por la tía María. ¿Qué pasaría si no podía parar nunca?

Spooky y los tres niños fueron a visitar a la señora Castellanos. Spooky sólo les había dicho que sabía muchas cosas, pero lo que no les había contado es que la señora Castellanos había sido una de las más poderosas hechiceras de todo Madrid y gran parte de la península. Ahora vivía retirada y escribía libros de autoayuda.

—Así que tu tía compró un bolígrafo y desde entonces no puede parar, ¿no es así? —preguntó la anciana.

—Sí, ¡no sabemos qué hacer! —contestó Susanski.

—Es interesante —añadió mientras retorcía un mechón de pelo que le caía en el lado izquierdo—. Me recuerda a los artículos del viejo Nakamura.

—El hombre de la tienda era oriental —comentó Peri.

—Y era muy viejo —dijo Coqui a su vez.

—Entonces tiene que ser él.

Margarita Castellanos buscó entre sus libros hasta dar con uno muy antiguo. Las tapas eran de piel y parecían muy desgastadas. Abrió por la primera página y fue buscando algo que pudiera ayudarles. Los niños se quedaron muy quietos mientras esperaban.

—¡Eureka! —gritó Margarita—. Creo que ya sé qué podemos hacer.

Los niños se acercaron a la anciana mientras esta apuntaba un par de frases en un papel. Se lo dio a Susanski y le dijo:

—Cuando veas a tu tía, lee esto en voz alta. Verás cómo suelta el bolígrafo. —Entonces se puso muy seria. —Oídme bien, pequeños: una vez que suelte el bolígrafo maldito no podéis tocarlo o volveréis a escribir sin parar. ¿Me habéis oído?

—Sí —corearon los tres.

—Pero, ¿qué hacemos con el boli? —preguntó Susanski.

—Dile a tu tía que sólo ella puede recogerlo con un pañuelo y meterlo en el congelador.

—¿En el congelador? —Los niños estaban perplejos.

—¡Claro! Una vez congelado ya no podrá maldecir a nadie —explicó Margarita—. Cuando se congele, dile que me lo traiga.

Los niños y el monstruo de armario volvieron rápidamente a casa de Susanski. Tenían que frenar el caos que estaba causando su tía.

—¡Menos mal que estáis aquí! —dijo la mamá de Susanski—. Ya no sabemos qué hacer con ella. ¡Ya ha copiado tres veces el Quijote y ahora ha empezado con Tolkien!

—No te preocupes, mamá, ahora lo arreglaremos.

Susanski se acercó a su tía, que estaba rellenando hojas de papel una tras otra. Los otros dos niños se pusieron detrás de la niña. Entonces Susanski leyó en voz alta:

—Por birlí, biloque, para ya de escribir “so alcornoque”.

Entonces, como por arte de magia, dejó de escribir y el boli cayó al suelo.

—¡Muchas gracias, niños! Me duelen las manos —dijo la tía María—. No había escrito tanto en toda mi vida.

—Rápido, tienes que cogerlo de nuevo y meterlo al congelador.

—¿Estáis seguros? —preguntó la tía—. No quiero empezar otra vez.

—No pasará nada —Coqui trató de calmarla.

—Sí, nos lo ha dicho la Señora Castellanos, pero tienes que cogerlo con un pañuelo —añadió Peri.

La tía María se enrolló un pañuelo alrededor de la mano y se agachó. Con más miedo que vergüenza cogió el boli maldito y lo metió en el congelador al lado de las croquetas.

—Para que aprendas a no meterte con la tía de Susanski —amenazó la tía al cerrar la puerta de la nevera.

Aquella visita de la tía fue muy accidentada y esta se volvió a su casa con agujetas en los brazos, pero esta vez no fue de jugar. El bolígrafo se quedó en el congelador unos días más antes de llevarlo a casa de la Señora Castellanos. Los niños no se atrevieron a sacarlo hasta que estuviera muy frío. No iban a correr ningún riesgo.


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