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9. Los recuerdos

La tía María solía visitar a Susanski y a sus padres los primeros días de Navidad. Se marchaba antes de nochevieja. Aquel año no había sido diferente y cuando estaba ordenando, Susanski vio que se había olvidado una caja. Era suave, cuadrada. Tan pequeña que cabía en su mano y si se levantaba la tapa podía ver un poco de luz. ¿Qué guardaría dentro?

Cuando Coqui y Peri llegaron a pasar la tarde en su casa, no tardó en enseñarles la caja.

—Mirad lo que se ha dejado la tía —dijo Susanski.

—¿Qué tiene dentro? —preguntó Coqui agitándola cerca de su oído—. No suena.

—No lo sé —dijo Susanski—. No la he abierto.

Los tres la miraban con curiosidad y cuando no pudieron resistirlo más, la abrieron. Entonces pequeñas pompas de jabón salieron de una en una. Cuando llegaba a la altura de sus ojos, vieron dentro una escena en la que la tía de Susanski había pasado con ella y con sus padres. Pudieron ver cuando Susanski hizo de ángel en la función del colegio un año antes, cuando la tía tuvo la maldición del boli que no paraba nunca de escribir. También estaban todos los besos que su tía le había dado y ¡hasta cuando bailaban juntas al ritmo de los Ramones! Así una a una hasta que la caja se vació por completo.

—¿Cómo podemos recuperar las pompas de jabón? —dijo Susanski—. No me gustaría que la tía se enfadara.

Los niños se preocuparon un montón y le pidieron ayuda a Spooky. El pobre monstruo de armario no sabía cómo ayudar y lo mejor que podía hacer era llevarlos a la biblioteca de los Osconanos. Seguro que Virginia y Joey sabría cómo recuperar las pompas de jabón.

—Enséñame esa caja —pidió Virginia.

—Es de la tía —explicó Susanski.

Virginia la examinó por arriba, por abajo, por dentro y por fuera. Por todas partes. ¡Hasta la olió por si acaso!

—¡Es una caja de recuerdos! —exclamó—. Todo lo que visteis en las pompas de jabón era los recuerdos de tu tía.

—¿Cómo podemos recuperarlos? —preguntó Peri.

—No lo sé, niños. Hacía mucho tiempo que no veía una de estas cajas —dijo Virginia.

Joey, al ver la cara de desamparo que tenían los niños, dijo:

—A lo mejor podríamos visitar al inventor Christian von Mezger.

—¡Sí! —gritaron los niños entusiasmados.

Llegaron en un periquete a la mansión-cafetera del viejo inventor y su robot mayordomo les abrió la puerta.

—Hola niños, el señor von Mezger se encuentra en el pasado, pero volverá enseguida.

No había terminado de decirlo cuando vieron al inventor andando por el pasillo.

—Hola niños, ¿qué tal estáis? —saludó mientras se acercaba a la puerta.

—Venimos porque tenemos un problema gigante —dijo Susanski.

—¿De qué se trata? —El inventor les condujo a su laboratorio.

—Es una caja de recuerdos, pero está vacía y no sabemos cómo llenarla —dijo Coqui.

—Sí, es de su tía —dijo Peri señalando a Susanski que estaba muy seria.

—Me temo que no tengo ninguna máquina para recuperar recuerdos perdidos —dijo el inventor von Mezger rascándose la barbilla con dos dedos.

Los niños se desanimaron tanto que hasta Spooky se echó a llorar.

—Chicos, chicos, un poco de calma —intervino Joey—. Christian, ¿no puedes hacer una máquina nueva?

—Puedo crear una máquina nueva, pero ninguna que recupere los recuerdos. Cuando un recuerdo se pierde, no se puede recuperar a menos que haya ocurrido en este plano. Entonces van a parar a la oficina de objetos perdidos.

—La abrimos en mi casa —dijo Susanski—. No hay solución.

—Susanski, ¿por qué no llamas a tu tía y se lo dices? —preguntó Joey.

—¡Esperad! Hay una solución. —dijo Christian— Susanski, en los recuerdos que viste, ¿estabas tú también?

—¡Sí! —dijo Susanski—. Estaba en todos.

—Entonces podemos crearlos de nuevo porque tú también los recuerdas. Para ello necesitaré que me ayudéis a fabricar una máquina nueva.

—¡Síiiii! —corearon los niños, Spooky dejó de llorar y Joey sonrió.

Christian revolvió cajones, estanterías, y hasta miró en un arcón. Sacó unas instrucciones larguísimas y dijo:

—¡Niños! Llenad una jarra con agua. Necesitaremos hacer muchas pompas de jabón.

Joey trajo un frasco de cristal que había en una estantería. El robot mayordomo encontró un jabón de flores y Spooky leía las instrucciones sin entender nada.

—Parece muy difícil —dijo el monstruo de armario.

—No te creas —dijo Christian— lo más duro es juntar todos los materiales y creo que ya los tenemos.

Christian se dirigió a los niños como un director de orquesta.

—Atención, niños. Vamos a empezar. —Todos le miraba, expectantes. El viejo inventor dijo—: Susanski, coge ese martillo y golpea el radiador tres veces. Ahora tú, Coqui, salta dos veces a la pata coja. Peri, dime un trabalenguas. Susanski, da una palmada y dime una adivinanza. Joey agita la cabeza y grita “obstáculo”. Spooky, aúlla como un lobo y da tres vueltas. Coqui, agita una mano y salta con los dos pies juntos. Peri, tres palmadas y susurra “acordeón”.

El robot mayordomo unía las piezas que se creaban cada vez que los niños daban palmadas. Soldaba si gritaban y atornillada a ritmo de golpes de radiador. Christian leía las instrucciones sin parar y cuando llegó a la última dijo:

—Ahora todos, rápido cogeros de las manos y gritad “Eureka”.

Tras gritarlo con fuerza vieron que la máquina estaba creada.

—Parece un bote de Nesquik —dijo Coqui un tanto decepcionado.

—¡No! Es una máquina para hacer recuerdos. Ahora viene lo más difícil. Susanski tendrá que fabricar recuerdos nuevos. ¿Estás lista?

—¿Qué tengo que hacer? —preguntó Susanski.

—Piensa en cada uno de los momentos que quieras guardar como recuerdo y entonces creas una pompa de jabón —explicó Christian—. Nosotros cazaremos las pompas con estas redes especiales. Cuando tengamos todas, las meteremos en la caja.

Susanski no sabía con qué recuerdo empezar. Estaba hecha un lío. Trató de recordar cuando jugaba con la tía, cuando iba al colegio con ella, o los días en los que se quedaba en su casa. Entonces poco a poco soplaba por la máquina y de esta salía una pequeña esfera de colores. Al otro lado de la máquina estaba sus amigos persiguiéndolas con las redecillas.

Peri descubrió que si las cazaba a la pata coja era más fácil. Coqui, en cambio, tenía que sacar la lengua. Susanski se reía al ver a Spooky metiendo la cabeza en la red cuando tenía alguna pompa cerca. Joey las cazaba agitando la cabeza. Cuando ya tuvieron todas, las guardaron en la caja.

Susanski le puso un celo gigante y un post-it donde escribió “no abrir”. Así evitaría que alguien las hiciera escapar por error.

—Muchas gracias, señor von Mezger —dijo Susanski—, mañana mismo enviaré un paquete con la caja. Así la tía tendrá sus recuerdos siempre con ella.

—Sí, será lo mejor —exclamó el inventor.

Los niños salieron de la casa-cafetera con la caja y una sonrisa de oreja a oreja. No sólo habían podido llenar la caja con recuerdos, sino que Christian los había invitado a la fiesta del cometa y claro, no se lo perdería por nada del mundo, pero antes tenían que hacerle llegar todos los recuerdos a la tía de Susanski.


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